La vida sigue igual ¿o no?. 2ª Entrega

Pica, a la verdad, en historia la unanimidad con que todas las clases españolas ostentan su repugnancia hacia los políticos. Diriase que los políticos son los únicos españoles que no cumplen con su deber ni gozan de las cualidades para su menester imprescindibles. Diriase que nuestra aristocracia, nuestra Universidad, nuestra industria, nuestro ejército, nuestra ingeniería, son gremios maravillosamente bien dotados y que encuentran siempre anuladas sus virtudes y talentos por la intervención fatal de los políticos. Si esto fuera verdad, ¿Cómo se explica que España, pueblo de tan perfectos electores, se abstiene en no sustituir a esos perversos elegidos?

Hay aquí una insinceridad, una hipocresía. Poco más o menos, ningún gremio nacional puede echar nada en cara a los demás. Allá se van unos y otros en ineptitud, falta de generosidad, incultura y ambiciones fantásticas. Los políticos actuales son fiel reflejo de los vicios étnicos de España, y aun –a juicio de las personas más reflexivas y clarividentes que conozco- son un punto menos malos que el resto de nuestra sociedad. No niego que existan otras muy justificadas, pero la causa decisiva de la repugnancia que las demás clases sienten hacia el gremio político me parece ser que éste simboliza la necesidad en que está toda clase de contar con las demás. Por esto se odia al político más que como gobernante como parlamentario. El Parlamento es el órgano de la convivencia nacional demostrativo de trato y acuerdo entre iguales. Ahora bien, esto es lo que en el secreto de las conciencias gremiales y de clase produce hoy irritación y frenesí: tener que contar con los demás, a quienes en el fondo se desprecia o se odia. La única forma de actividad pública que al presente, por debajo de palabras convencionales, satisface a cada clase, es la imposición inmediata de su señera voluntad; en suma, la acción directa.

José Ortega y Gasset. España invertebrada.

One Response to La vida sigue igual ¿o no?. 2ª Entrega

  1. Juanjo says:

    Me parece que no, que en esto hemos cambiado un poco. Los políticos nos repugnan no tanto por ser políticos de mala clase, como por ser políticos con clase. Y es que la clase de los políticos, a diferencia del resto de clases sociales, tiene dos “tipos de interés”: el interés real, su interés propio y particular, y el interés representado, el interés público y general. Es, pues, la de los políticos, una clase que enmascara su propio interés particular, con el público interés general, una clase hipócrita que, a cambio de su función representativa, satisface su interés particular, sin que ninguna otra clase pueda oponer resistencia; es decir que detenta el poder, representando que representa: se hace pasar por sierva, para ser ama. Aquí se presenta, una vez más, la inveterada repugnancia, la vieja oposición del político, que vive del cuento, y el filósofo, que, huyendo de él, busca la verdad; pero a nosotros, que ya no creemos poder encontrar la verdad, nos repugnan los políticos, más bien, porque empezamos a sentir que se están quedando con nosotros, con nuestro interés, el de todos y cada uno, interés inalienable, porque empezamos a sentir que nos están tomando por idiotas (en la antigua Grecia, idiotés era aquel que no se ocupaba del interés público, sino del suyo en particular).

    Sin embargo, puede ser que sí, que la vida siga igual, y que uno de los dos, nuestro ilustre filósofo o yo, esté equivocado, o incluso puede ser que lo estemos los dos. El siguiente error sintáctico me inclina a pensar que él no gozaba de su mayor lucidez el día que escribió estas líneas. Dice: “… se abstiene en no sustituir…”; cuando lo correcto, al menos por sencillez, es “se abstiene de sustituir”.

    Saludos.

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