Una decisión peligrosa
26 noviembre, 2020 2 comentarios
Cada mañana vengo para ver
que todo está servido (me saludan,
al entrar, levantando un momento los ojos)
Y cada mañana me pregunto,
cada mañana me pregunto cuántos somos
nosotros, y de quién venimos,
y qué precio pagamos por esa confianza.
O quizá
no venimos tampoco para eso.
La cuestión se reduce a estar vivo un instante,
aunque sea un instante no más,
. . . . . . . . . . ………………… . . .a estar vivo
justo en ese minuto
cuando nos escapamos
al mejor de los mundos imposibles.
En donde nada importa,
nada absolutamente –ni siquiera
las grandes esperanzas que están puestas
todas sobre nosotros, todas,
. . . . . . ……………….. . . . . .y así pesan.
Jaime Gil de Biedma.
Heidegger nos advierte repetidamente contra una lectura sociológica o ético-normativa de Ser y tiempo, no porque no sea posible, sino porque no deberíamos confundir lo fundado con el fundamento; esta obra debe ser leída, nos dice, desde una metodología fenomenológica en clave ontológica, pues es desde el ser desde donde se abre el espacio de la ética y no a la inversa. Sin embargo, su lectura ética es, sin duda, muy atractiva -quizá como le parecían a Odiseo las sirenas. Se articula sobre tres ideas básicas: propiedad o autenticidad, respeto e indulgencia. La propiedad es la forma de ser original, auténtica e íntegra del proyectarse vitalmente en posibilidades que en definitiva es cada existencia humana. Respeto e indulgencia orientan la relación con los otros; como tales se fundan en la propiedad o, correlativamente, en la impropiedad, y se fundan en la propiedad cuando son liberadoras de las posibilidades propias del otro.
Es muy fácil comprender por negación respecto de qué tipo de existencia somos advertidos: del tipo de existencia alienada, regida por el “uno” o el “se” impersonal. Se trata de un modo de existencia en la que el sujeto no es propiamente nadie singular, un modo de existir caracterizado por la huida de sí mismo y el encubrimiento. Frente a esta, la existencia auténtica representa un recuperar el propio “sí mismo” recuperar las riendas de la propia existencia y la responsabilidad personal que ha sido rehuida en la existencia alienada, enajenada en el “uno” anónimo y preestablecido. La existencia auténtica no es el suelo primero en que nos encontramos; al contrario, de forma inmediata nos encontramos arrojados en la cotidianidad , en el día a día, con sus normas, costumbres, hábitos preestablecidos, con las opiniones e ideas comunes, con los prejuicios de cada época, con los objetivos y metas ya dispuestos, pero no propiamente propuestos. La recuperación del sí mismo desde esta pérdida de sí en el “uno” ,en el “se”, solo es posible desde una decisión, una decisión que surge desde la experiencia de la angustia ante la nada del mundo, una decisión que surge desde el “estar vuelto hacia la muerte” ante la cual se derrumban todos los prestigios y exigencias del “uno” y que revela un sí mismo aislado, precario, sustentado en la nada.
Ese sí mismo que decide hacerse cargo de su situación, de su todo que es nada y proyectarse en sus posibilidades, ahora no simplemente dadas sino asumidas como propias, haciendo suyo el mandato antiquísimo: tú debes llegar a ser el que eres.
Pero el que eres no es ajeno a tu querer. El que eres no es una esencia pre-existente, dormida, que deba despertarse, actualizarse, sino un querer en pugna, latente o manifiesta, con el uno, y cuya autenticidad solo se justifica en la autenticidad de la decisión. Una paradoja , o mejor, una sirena, sin duda, peligrosa.
Un peligro frente al cual pudieran socorrernos el respeto y la indulgencia que rigen el trato con los otros en la existencia compartida. No parece, sin embargo, que tengan esa fuerza salvífica si lo consideramos a la luz de algunas decisiones políticas del filósofo de Todtnauberg.
Dice Pennac en Mal de escuela: Si quieres hacer reír al buen Dios, háblale de tus proyectos.
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