De señores y esclavos -del ser para sí y del ser para otro- desde la lectura de Hegel

No hay señor sin esclavo, ni esclavo sin señor. Y esto es cierto en todos los ámbitos; en el social-universal y en el individual-particular.

No puede prevalecer el uno sobre el otro sin que la victoria de uno signifique la muerte de ambos.  No cabe la utopía -quizá la más fea distopía- de una sociedad de esclavos liberados convertidos en señores, ni tampoco el sueño conservador de una clase de señores pastoreando ovejas.

Son dos posiciones, dos momentos, siempre juntos y en oposición; cada cual es fatalmente su propio señor y su propio esclavo en lucha e inversión continua.  Sin apaciguamiento.

La individualidad, como la realidad de lo universal.

Exposición de un fragmento de la Fenomenología del espíritu de Hegel. Páginas 229-231 En la edición de FCE traducida por Wenceslao Roces

Introducción

Este apartado tiene una estructura muy típica del estilo hegeliano en La Fenomenología del espíritu; en el primer párrafo resume lo que va a desarrollar en los párrafos siguientes (II, III, IV, V). Asistimos a la transformación  de la conciencia, mediante la experiencia de sí misma,  que culminará en una nueva comprensión de la relación individual-universal;  punto de  inicio para  una nueva forma de la conciencia, la más perfecta, al menos, de las aparecidas hasta el momento: La individualidad que es para sí real, en y para sí misma. Esta figura es objeto del capítulo siguiente de la Fenomenología del espíritu.

Aunque quizá es algo muy evidente, quiero resaltar, aunque solo sea en interés de mi propia comprensión,  que de lo que aquí tratamos es de formas -modos- de la conciencia o ,mejor dicho, de la autoconciencia:  formas o  modos como  la conciencia se comprende a sí  misma:

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Leer la Fenomenología del espíritu de G.W.F. Hegel. Actualizado

1. El chiste y el concepto

De Hegel se dice que es uno de los filósofos de más difícil lectura. Y lo es, seguramente. Hoy se me ha revelado la razón de esta dificultad -es posible que ya muchos otros hayan experimentado esta revelación:  Hegel escribe en alemán. Es conocido el chiste de aquel que preguntado por el tema del libro que estaba leyendo dijo : no sé, está escrito en alemán y el verbo viene al final del segundo volumen. Pues eso, justamente, pasa en la Fenomenología; que te va arrastrando y solo al final aparece el Verbo.

Una certeza: la segunda lectura parece que es impepinable.

Dos dudas: ¿ Qué fue primero la Fenomenología o la lengua alemana? ¿ El chiste o el concepto? 

Joaquín  Llerena

2.  La ironía y el corazón

Que le hagan reír a uno siempre es de agradecer. Y más aún cuando el tema del chiste es precisamente el que a uno le trae de cabeza; pues a la satisfacción de la risa se le añade entonces la de la venganza. Aunque reírse uno de lo que a uno le ocupa y preocupa sea también, efectivamente, reírse y vengarse de uno mismo.

Yo quería responderte con otro chiste; pero, como no se me ocurre ninguno, voy a contarte algo que te hará reír si piensas que no lo digo de corazón, sino con ironía:

Hegel me pasma por su profundo dominio del lenguaje. Media Fenomenología ya merece dos premios Nobel. No hay nadie como él para describir lo que ya no es pero que todavía no es; lo que no está ni se encuentra en ninguna parte, sino en el todo, esa superación de la contradicción parmenídea que llamamos movimiento. Nadie ha expresado tan claramente como él la ambigüedad y la confusión de la que vienen y a la que vuelven todas y cada una de las cosas; es el rey de la oscuridad, de la noche de ese “más-allá-más-acá” que encierra y es encerrado por cada cosa . Y además se ha atrevido a decir qué es eso: yo, persona humana -libre, absoluta autoconciencia.

PS. Quizá debí añadir que la Fenomenología de Hegel expresa al final, en efecto, el verbo como el concepto absoluto, el concepto in-determinado -entendiendo ese “in” como superación, como negación que asume lo que niega yendo más allá de ello. Y en este sentido la Fenomenología es la gran concepción si no la gran parida; es el verbo haciéndose carne o la carne haciéndose verbo, es el concepto cobrando vida, la epistemología convertida en ontología existencial. El precio que hay que pagar por ello es su oscuridad. Regalado para quienes gustan de ese bucear, de ese ir al fondo de las cosas que es el pensar.

Juanjo Bayarri

3. Una experiencia y el interior

Compré la Fenomenología del Espíritu hace unos veinte años, con la carrera de Filosofía recién terminada. Mi conocimiento de Hegel era vagamente abstracto. Aquello de Tesis, Antítesis, Síntesis, que ni siquiera es de Hegel, y poco más. No sé por qué lo compré. Tal vez en aquel momento pensé que un licenciado en Filosofía debía tener ese libro. Y ahí quedó el libro, hasta ahora, con el mérito de haber sobrevivido a cuatro mudanzas. No niego haberlo rondado e incluso haberlo hojeado rápidamente. Estas rápidas incursiones en el texto, sin embargo, sólo me confirmaban su inexpugnabilidad. No había manera de entrar ahí sin ser rechazado, para mí Hegel era pura e inmediata exterioridad. 

En veinte años da tiempo a muchas cosas y en algún momento, explicando algo en clase, se me ocurrió la idea de sostener, ante los alumnos, que una silla es invisible. Para provocar, claro. 

Hay un momento de inmediatez en la silla que tenemos ahí delante, que vemos, pero eso no es la verdad de la silla. La silla verdadera es una totalidad de momentos que no nos son dados. Y sin embargo, el pensamiento se remonta por encima de lo inmediato, negando su carácter verdadero y alcanza a pensar en la verdadera silla. Pero cuando se alcanza a pensar en la verdadera silla como esa totalidad, el pensamiento no se está representando algo distinto de sí. En ese momento, el pensamiento mismo está produciendo la verdadera silla, está siéndola como totalidad de sus momentos, totalidad no es real sino en ese medio del pensamiento, aunque en esa silla no pueda uno sentarse (ni la totalidad puede tenerlo todo). En ese pensamiento de la silla parece que vienen a confluir el sujeto y el objeto, remitiéndose el uno al otro. Pero lo que se disuelve es la verdad de la silla como simple cosa que está ahí

No sé si fueron estos pensamientos u otros los que me colocaron en disposición de creerme que sabía de qué hablaba Hegel, sin haberlo leído, por supuesto. Tal arrogancia es frecuente y, cuando la observamos en otros, nos resulta irritante, pero en nosotros mismos no sólo la disculpamos, como tantas otras faltas, sino que nos vanagloriamos de ella. A veces, además, tenemos el atrevimiento de despreciar al autor y considerar prescindible su lectura. Por suerte no fue mi caso. 

La situación en la que me encontré era que, por un lado, me consideraba en posesión de una comprensión íntima del interior de la Fenomenología. Por otro, pues ahí estaba el libro, insultantemente exterior y todavía inexpugnable. De alguna forma mi pensamiento estaba en el interior de un exterior en el que no había entrado y el libro acabó siendo un exterior que, no dejándome entrar, me tenía preso. Y ahí empieza la lectura de la Fenomenología del Espíritu, como el intento desesperado, y tal vez condenado al fracaso, de que, por una parte ,el interior del que disponía penetrara en la sinuosa riqueza del texto, dándole sentido, volviéndose realmente interior al mismo; y por otra parte, que ese exterior se abriera y me permitiera acceder a sus secretos, mostrándose como verdadero exterior que expresa, y no máscara que oculta. Leer la Fenomenología, para mí, consiste en hacer la experiencia de descubrirme en ella. Por eso la Fenomenología no puedo leerla empezando por el principio, que será el sujeto, digo yo, ni por el final, donde se dice que está el verbo, la Fenomenología hay que leerla desde dentro. La primera lectura ha de ser, en cierto modo, ya la segunda. Y si esto nos da pereza, amigos, pues es mejor leer una novela, que también las hay muy buenas. 

Felipe Garrido

4. La dificultad de conceptualizar una realidad dinámica y la tentación de enmudecer.

¿Se puede conceptualizar una realidad dinámica?
La lectura de la Fenomenología del Espíritu me está resultando apasionante, fascinante y desconcertante a partes iguales. Esto quiere decir que, en cierto modo, está rompiendo moldes preestablecidos de lo que yo entendía por pensar. Dado que el instrumento del pensamiento es el lenguaje, resulta imprescindible, a mi modo de ver, delimitar bien el contorno de los conceptos que se van a utilizar para alcanzar esa “misión de claridad” que Ortega le atribuía a la filosofía. Además, venía de leer a Gustavo Bueno, para quien la filosofía consiste precisamente en definir; de hecho, suele comenzar sus obras definiendo los conceptos que va a utilizar. Las cosas claras desde el principio. Por último, baste como ejemplo clásico el hecho de que Platón dedicara diálogos enteros a perseguir la definición de un determinado concepto. En definitiva, a lo que la filosofía debía aspirar es a la claridad y a la distinción. Pues bien,en Hegel ni se definen conceptos ni hay claridad, ni hay distinción (una cosa es consecuencia de la otra). Utiliza conceptos metafísicos clásicos como necesario, contingente, destino, fin, esencia, conciencia, universal, razón o espíritu; sin embargo, no los define en ningún momento. Y no podía ser de otro modo, dado que ya en la introducción deja claro que su concepción de la realidad es dinámica, y no estática, y definir no es otra cosa que fijar la realidad, enrigidecerla, que diría Unamuno. Como consecuencia de este dinamismo, Hegel va deslizando los conceptos como quien no quiere la cosa y sin previo aviso, exigiendo al lector que buenamente se forme una idea sabiendo que no está todo dicho acerca de ese concepto. En la Fenomenología todo cuanto el lector cree haber entendido está condenado a desvanecerse en el párrafo siguiente. Nada permanece. Parece que incluso Hegel utiliza esos conceptos metafísicos dando por sabido cuaĺ es el alcance de su significado según el momento de despliegue de la realidad en el que nos encontremos. Y eso es lo que me ha resultado más desconcertante de la lectura de la Fenomenología, que intente apresar una realidad dinámica valiéndose del aparato conceptual de la metafísica clásica; a realidad dinámica, conceptos dinámicos, vendría a decir a Hegel. Y no cabe duda de que en este punto nuestro autor es coherente, pues los conceptos que aparecen en la Fenomenología están en permanente construcción, evitando toda definición fijadora. Sin embargo, ¿hasta qué punto es posible utilizar conceptos cuyo significado ignoramos por encontrarse los mismos en permanente construcción a través de diferentes momentos y figuras? …¿ acaso no sería más coherente la postura de Crátilo,el discípulo de Heráclito, quien enmudeció por entender que había un abismo entre el lenguaje fijador y la realidad fluyente?

Emérito P. Maestre

Semblanza de un hombre valiente

Fernando Savater es uno de esos raros seres a los que el tiempo mejora. El que aparentaba un joven sofista presuntuoso va adquiriendo el aspecto de un Sócrates venerable.

Su semblanza física es incuestionable; complexión robusta, achaparrada, amplio cuello, rostro burlón, feo y feroz. Se cuenta que habiendo sido derrotado el ejército ateniense, sus guerreros huían en desbandada abandonando sus armas y pertenencias en el campo de batalla; sin embargo, Sócrates se detenía para recoger y cargar con su amigo Alcibíades herido en la lucha. Ningún enemigo se atrevía a acercarse; tal temor les infundía su mirada y energía. Semejante efecto creo que causa la irónica dialéctica de Fernando Savater entre sus adversarios.

Como a Sócrates, también a Savater se le ha visto en malas compañías [se le ha reprochado]. Y, como Sócrates, recluta sus crecientes detractores, aparte de entre algunos despistados, entre aquellos «respetables» que juzgan la propia reputación por la del vecindario, entre los convencidos con verdades y bastones compartidos, y entre los hipócritas a quienes su mirada desnuda.

Hoy he confirmado la semejanza entre ambos. En el Banquete a Sócrates se le compara con esas cajas en forma de silenos que al abrirse contenían las más bellas estatuas, estatuas de dioses. Dice Alcibíades: «pasa toda su vida ironizando y bromeando con la gente, mas cuando se pone serio y se abre, las imágenes de su interior, yo las he visto y me parecieron extremadamente bellas, admirables y divinas»

Basta leer el artículo de hoy para reconocer en Fernando Savater a uno de esos silenos. El contenido del artículo y el poema al que alude -«Las cosas» de Borges– me han recordado  este otro de José Luis Hidalgo:

Y no está. Sencillamente

lo van diciendo las cosas.

El sitio en que tantas veces

se sentara silenciosa

para mirarme soñando

un alto sueño sin sombras.

La puerta que ella cruzara

alegre, plena y gozosa.

El libro que ella mirara …

Y no está. Sencillamente

lo van diciendo las cosas.