Dogmas de la pedagogía oficial(7). Comunidad e individualidad


Uno de los lugares comunes más frecuentados de la pedagogía oficial es el concepto de comunidad educativa. En un post anterior comparábamos a ésta con el “camarote de los hermanos Marx” –ya desde ahora me pido el papel del “mudo” para esta singladura, pero no está vedado a los mudos el aporrear teclados-. Es el signo de los tiempos; en el siglo lV A.C. Platón nos proponía “el mito de la caverna” para explicar la situación en que con respecto a “la educación o falta de ella se encuentra nuestra naturaleza”, en los comienzos del veintiuno el estado español encuentra su imaginería en el genial Groucho. Como en el famoso camarote, nuestra “comunidad educativa” no para de crecer y , al igual que en aquél, los elementos que se añaden contribuyen a hacer más patente el problema, pero no a aliviarlo; el pisotón del informe ha hecho daño esta vez, tanto que la causa del desaguisado se le ha achacado a Franco, no estaría mal “que los muertos entierren a los muertos”, pero pasado el sincope se buscarán víctimas más propicias; ya se encargarán de señalarlas “el plomero o su ayudante”, me huelo que algún liberal despistado se llevará el cachete y a éste no le va a librar la bienintencionada enmienda.


Quien conoce el espíritu del comunitarismo estará familiarizado con una de sus exigencias más habituales: “actuar todos a una”, así una de las causas de “nuestros” problemas se atribuye a esa falta de unidad de criterios o de actuación, una exigencia de este tipo puede ser dicha con mucho aplomo, atildando la voz, y encontrará en el público unánime asentimiento, rítmicos y sincronizados movimientos de cabeza , rostros serios, honesta preocupación… es el momento de la reflexión, del examen de conciencia… en este preciso momento algún individuo se encamina ya hacia el desierto, se embosca o se trasforma en burlón (bufón). El carácter totalitario del comunitarismo se revela claramente en su opacidad refractaria a cualquier crítica; pues cualquier objeción es un síntoma del mal que se denuncia: “falta de unidad, de cohesión”, el crítico es el elemento distorsionador, aquí lo que se requiere es adhesión.. y nada más. No es extraño tampoco que esas “actuaciones comunes” que se requieren, no sean otra cosa que “mis (sus) prejuicios” acatados por todos. El corolario de esta posición no es la solución de ningún verdadero problema, pero alivia las conciencias.. y la ciudad vive algunas horas tranquilas más, a costa del animal que se pierde en el desierto, aunque sea tan sólo en el dúctil elemento de la fantasía.

Comunidad, comunión, comulgar –con ruedas de molino.

La democracia –también nosotros tenemos derecho a invocarla-, sin embargo, tiene que ver con individuos, con individuos autónomos, racionales –al menos supuestamente-, con opiniones confrontadas, con polémica, con diferencias de pensamiento, de expresión y de acción.. y nada le es más ajeno que el silencio de los corderos o la paz de los cementerios.
La madurez , tan necesaria, se expresa en la capacidad de decisión personal, en reconocer y asumir el riesgo del error –en uno mismo y en los otros- , sólo una mente infantil –o un fanático- puede pretender tener la verdad, otorgársela a los demás y no digamos compartirla en feliz banquete festivo.

Pero se me dirá que todo esto no niega la necesidad –y posibilidad- de llegar a acuerdos, de “consensuar” unas pautas de actuación de obligado cumplimento y que poco se puede hacer si nos convertimos en jugadores solitarios.

Mi respuesta a esto es sencilla: esas normas están dadas; no vivimos en el vacío legal, ni somos extraños viajeros espaciales llegados a un planeta ignoto, no podemos ser jugadores solitarios aún cuando lo quisiéramos; nuestras normas y nuestras instituciones tienen una honda y esforzada historia. La solución a nuestros problemas pasa por el respeto al individuo, por suponer su racionalidad y su autonomía moral, por reconocer su valía profesional. El comunitarismo, que desconfía del individuo –y lo desprecia-, anula las fuerzas creadoras, siembra ineptitud y resentimiento -los no convencidos pueden reparar en los ejemplos de la historia- Algunos preferimos soportar las extravagancias e irregularidades de algunos particulares –por descontado los otros deberán también soportar las nuestras, qué remedio- a alienar nuestra falible autonomía en el “nosotros los buenos” , que se ha demostrado en la historia tan fatuo como perverso.

El desastroso camarote nos exige una solución: que no sea ésta el Fata Morgana del » reino de los justos».

Si han llegado hasta aquí se merecen un regalo, obtenido por medio de un blog amigo:

Poco a poco he comprendido el defecto general de nuestro tipo de educación y formación: nadie aprende, nadie quiere aprender, nadie enseña -a soportar la soledad.

Friedrich Nietzsche

 

Dogmas de la pedagogía oficial (6) Prevenir y Sancionar

Mediterráneo una y mil veces descubierto, avispero de disparates y legión de ocurrencias; la cuestión de la convivencia en los centros educativos nos anda ocupando últimamente más de lo que debiera. El debate en torno a este tema es, por lo general, insustancial, ideológico e intelectualmente pobre; pero en ocasiones se anima. En este sentido un par de cosillas me han llamado la atención en calidad de síntoma. Una de ellas es la eliminación, en el código civil, del castigo físico razonable como posible medida correctora de la conducta de los hijos. En su lugar “La patria potestad se ejercerá siempre en beneficio de los hijos, de acuerdo con su personalidad, y con respeto a su integridad física y sicológica (sic)”. La otra cosilla es el supuesto ‘amplio’ rechazo del borrador del decreto de convivencia escolar porque -se alega- hace prevalecer la sanción sobre la prevención. Los psicólogos (o algunos psicólogos, que en esto siempre habrá opiniones) afirman que el bofetón es ya un fracaso, que traumatiza, humilla y que, como sólo pueden darlo los padres, no es democrático. En su lugar proponen ‘otras’ medidas (no pregunte usted de qué ‘otras’ medidas hablan porque le mirarán raro).

Ambas cuestiones son expresión de una vieja ilusión del ser humano, tan natural y bienintencionada en su planteamiento, como perversa en su ejecución: la utopía del control. La sanción llega tarde; el delito ya se cometió. Hay que prevenir. ¿Quién no desea un mundo en el que el conflicto se ataje antes de nacer, en el que la sangre nunca llegue al río, un mundo de corros manolos, animación sociocultural y participación? Pero la prevención es una caja de Pandora que, al ser abierta, deja escapar a todos los demonios. Sólo a uno le impide salir: a la libertad y por ende, a la responsabilidad, que es el retoño que aquélla alberga. Prevenir es reprimir. Supone moldear al sujeto para que su conducta efectiva coincida con la conducta que el sistema espera de él. Es la armonía preestablecida de Leibniz aplicada a lo social. Para los prevencionistas todos somos posibles infractores, por lo tanto todos debemos someternos a sus cursos on-line, a sus mediaciones, a sus tests, a sus esquemas. La infracción es tan imperdonable que no puede consentirse siquiera como posibilidad. Esto exige un riguroso esfuerzo por recabar información, una burocracia eficiente para tramitarla, un organigrama, la implicación, por supuesto, de toda la comunidad educativa, y expertos, expertos, expertos. La sanción es un fracaso, que traumatiza, humilla y que, como sólo pueden imponerla las autoridades, no es democrática.
Por una mezcla de suerte y desgracia, las medidas preventivas son casi siempre ineficaces, si no crean más problemas de los que resuelven. Lo grave es que al final, si se comete el delito, la responsabilidad ya no es del delincuente, sino de quien no lo impidió. A partir de aquí todo se complica mucho. Vean si no este esquema del plan PREVI (basta una ojeada rápida para comprender lo que quiero decir):


Al final, evaluación, informe, archivo… una y otra vez.
Yo quisiera, frente al idealismo utópico de la prevención, reivindicar el realismo gástrico de la sanción. Pero, para que se me perdone, argüiré que, en realidad, la sanción es la medida preventiva más eficaz, sin los inconvenientes del prevencionismo. La sanción no es una rabieta, sino una medida disuasoria (eso es prevenir). Quien sufre la sanción se educa en la responsabilidad, nacida ahora del ejercicio de su propia libertad. Lo otro es mediar, negociar, escaquearse… La sanción, codificada en un sistema de normas, es uno de los mayores logros de la humanidad, es el triunfo de la razón sobre la arbitrariedad. Además la sanción, dada su objetividad, admite la crítica y la rebelión y por lo tanto la mejora. El prevencionismo sin embargo actúa a escondidas emponzoñando el agua de los depósitos. Siglos y siglos de historia nos muestran el peligro de querer implantar la paz a costa de la libertad, moldeando a los individuos desde su infancia como figuritas de mazapán. Ese aprendizaje histórico no debería obviarse a la hora de organizar nuestros pequeños centros educativos.

Dogmas de la Pedagogía Oficial 5º. Legalismo

Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos
como nace un deseo, sobre torres de espanto.

Luis Cernuda

Uno sale a la calle
y besa a una muchacha o compra un libro,
se pasea, feliz. Y le fulminan:
Pero, cómo se atreve?
¡ El arquitrabe!

Jaime Gil de Biedma

Hace años, era uno joven y confiado, me preguntaba una compañera si había leído no sé qué del BOE, le respondí que pudiendo leer a Cernuda no perdería el tiempo con la prosa del boletín del estado; ella, con visión de futuro, me contestó que había tiempo y momentos para cada cosa; tal sugerencia me pareció un indigno pasteleo, y he seguido siendo muy reacio a entretenerme con el discurso de los boletines –aunque alguno me voy mirando ya, no se crean.

Desde entonces las alusiones a leyes y boletines se han multiplicado en un vertiginoso crescendo, en consonancia la poesía ha ido desapareciendo de nuestros colegios e institutos; pocos alumnos de 2º de Bachiller –aún siendo de “letras”- cursan hoy literatura española, y ya es raro –un milagro, vamos- que alguno de ellos conozca a Luis Cernuda; mi amiga, sin embargo, es ahora inspectora en una de las múltiples delegaciones de educación y empieza a sonar para una vicepresidencia.

Desde principios de los noventa hablar de educación ha sido sinónimo de apelar a la LOGSE o renegar de ella, al hacer esto se nos escamoteaba la cultura y se sustituía por un discurso político –en el peor de lo sentidos- un discurso partidista, sustentado por prejuicios y vacío de contenidos, un discurso que alimenta silencios, bandas y banderías, y en el que la prueba de nuestros argumentos se funda en nuestra pertenencia a esta o aquella formación política, a este o aquel equipo, a este o aquel proyecto. La indudable crisis de nuestro actual sistema educativo tiene entre otras causas la ausencia de un auténtico debate en cuestiones educativas; en lugar de “ir a las cosas mismas”, el pseudodebate educativo se ha agotado en señalar La Ley, que parece concebirse como intocable emanación del Absoluto –o en su caso del Maligno- la ley –con sus múltiples artículos- que emana innumerables decretos y casi infinitos reglamentos. Se teje así una telaraña jurídica al servicio ¡ay! no de la justicia, sino de la justificación de un depauperado estado de cosas.

Supongamos que alguien no está de acuerdo con alguna medida concreta que se toma en su centro, –algo tan terrenal y concreto como las guardias de patio, por poner un ejemplo-, entonces ante una hipotética protesta se le indica La Ley de tal manera que el cambio de esa medida aparenta suponer una enmienda a la Constitución, hechos como estos –que aunque productos de mi fantasía son totalmente reales, “también la verdad se inventa” decía Antonio Machado– disuaden a cualquier persona sensata de hacer propuesta alguna. Una de las discusiones, que a estas alturas ha tenido lugar en cada uno de los centros de España, concierne al tema de las expulsiones; en muchos centros se impide al profesor expulsar a alumnos con el argumento de que al expulsar de clase se vulnera el derecho a la educación del alumno..¡ahí es nada! si alguien osase comentar –como de hecho ocurre- que quizá el comportamiento de este alumno impide el derecho a la educación del resto – evidentemente también una renuncia voluntaria a la propia- la contestación podría ser que el profesor está falto de recursos para dirigir una clase, que debería acudir a los pertinentes cursillos de reciclaje, de mediación, de habilidades sociales o incluso se le puede sugerir que cambie de trabajo.. sí, como lo oyen.. todo menos conculcar el derecho a “la educación” del gamberrete de turno, el cual de otra parte queda perplejo junto al resto de la tribu ante las reflexiones de sus maestros, tal como en la aldea de Asterix pensaban: “están locos estos romanos”. Resumiendo, ante el intento de resolver un problema concreto de disciplina se te presentan con la Constitución bajo el brazo, y te señalan el artículo según el cual el acceso a la educación es un derecho de todos los españoles..sin embargo en las pistas de baloncesto del municipio no se consiente que nadie pise sin llevar el calzado adecuado.. Con tanta ley, decreto, y reglamento educativo tendrán que poner un ministerio fiscal en defensa del gamberro ante los variados dislates que provoca cada profesor , según algunos, obsoleto.

Ya pueden imaginarse como la contemplación de estos percances –que no pasan desapercibidos- ejerce una balsámica acción motivante sobre el alumno interesado en aprender, alumno estudioso –que milagrosamente persiste y persevera en aquellas prácticas de otrora, al margen de la ley benefactora.

Pero el imperio del legalismo no se limita a las cuestiones de disciplina y autoridad sino que impregna cada una de las facetas del sistema educativo. Por ejemplo, las programaciones; si se comparan las programaciones de aquellos tiempos de Luis Cernuda con las del presente de Zafón, La catedral del mar, y Harry Potter con sus cohortes de animaciones y dinámicas, no dejará de percibirse que hoy en cada programación se comienza por citar el BOE -o su correspondiente versión autonómica, claro está- como queriendo mostrar que se es respetuoso, obediente de la ley, libre de pecado y conocedor de anexos y circulares. Allí debe mostrarse que los contenidos están por la ley bendecidos, que se tienen previstas las correspondientes adaptaciones, que se someten a ley los procedimientos y las actitudes, los temas trasversales y la educación en valores, y ¡cómo no! las múltiples “actividades”. Y, como la gran mayoría de docentes, no somos héroes, sino mas bien comedidos timoratos, y pendiente como se está de la Espada de Damocles del legalismo, se acaba por mutilar la reflexión personal, la originalidad, la creatividad, la autenticidad, la sensatez, la prudencia y el buen gusto, que podrían dar a lugar a documentos ricos en vivencias, en experiencia, en planteamientos realistas y acordes a los sujetos de la educación. En su lugar se generan estériles y farisaicos escritos para demostrar observancia de la ley.

Es en el ingente papeleo donde el espíritu del legalismo alcanza su parusía –en los montones de papeleo agotador e inútil; en la mimesis de la burocracia, el formalismo y el humo coloreado.
…..que se han hecho adaptaciones pues enumérense los objetivos, los materiales, las criterios de evaluación, y los datos del adaptado -hágase por triplicado- … los informes de evaluación personalizados –también por triplicado.. que consten partes de faltas y firmas de enterado… amonestaciones … papeles para la reunión de padres y para la elección de delegado… autorizaciones de los padres para las actividades extraescolares, para subir en autobús o para ver cierta película… y papeles, papeles, más papeles.. para la conferencia de la droga y la de seguridad vial, para el cursillo de risoterapia, el de Astrología y el de psicología transpersonal… los papeles del viaje a Utrera y Castellón.. no se olviden de los puntos que valen para el sexenio..

Cada paso que usted dé debe quedar convenientemente consignado y burocratizado, de lo contrario no fue nada; o peor aún, puede ser un paso en falso; «burocratizo, luego existo», «burocratizo, luego estoy a salvo», son lemas que iluminan los entresijos de la docencia en una época que presentía Hölderlin cuando se preguntaba: y para qué poetas en tiempos de penuria.


Qué oye?

El fragor de las trituradoras de papel.

Wislawa Szymborska

Dogmas de la pedagogía oficial (4) Cooperar vs competir

Como el bueno de Aristóteles advertía, no hay forma sin materia; tampoco, en consecuencia, hay método sin contenido. De modo que podemos sospechar que la ‘nueva‘ metodología que trata de imponer la pedagogía oficial no es neutra en cuanto a los contenidos -como ninguna lo es, por cierto.

Como ya señalábamos en un post anterior, la pedagogía oficial se autoconcibe ‘democráticamente’ como un proyecto ‘democrático’ de reforma ‘democrática’ para conseguir una sociedad ‘más democrática’. Si su archienemigo es el liberalismo, ya podemos intuir en qué tipo de democracia están pensando. El sesgo político no me parece peligroso, es más, en democracia lo más saludable es tener uno de esos -cosa que no está al alcance de todo el mundo, no se crean. El problema es cuando se pretende dar al sesgo político propio una legitimidad moral superior al resto de sesgos políticos. Pero si esa legitimidad moral viene, además, avalada por un discurso pseudocientífico y endulzada por ricas animadoras socioculturales aquí ya no hay quien diga esta boca es mía.

A modo de anécdota me gustaría contar una sesión de hipnopedia a la que fui sometido en uno de los cursos de formación del profesorado que he sufrido (quienes trabajen en empresas serias entenderán por ‘cursos de formación’ algo muy distinto a lo que se entiende en educación, a ellos he de advertirles que lo que van a leer es una sesión real de uno de los cursos que se supone mejoran nuestra capacidad docente y que además son financiados por las arcas del Estado).

Estaba yo, pardillo de mí, junto a otros compañeros -gente seria, padres de familia, intelectuales, etc- esperando que comenzara el curso y con la vaga esperanza, uno, de aprender algo; dos, de acabar pronto y obtener los preciados créditos de una vez. De repente irrumpe en la sala una psicóloga hiperactiva y nada, carpeta aquí, fotocopia allá, proyector que no va pero al final sí, que falta una silla, que llega uno con retraso, que otra ha ido al baño… Por fin nuestra gurú, a base de palmas, consigue que pongamos las sillas una al lado de otra y que subamos encima. Y aquí ya ni se respetan las canas ni hay justificante médico que valga. A la silla todos. Como a mí me daba tanta vergüenza irme como quedarme, me quedé alelado como el burro de Buridán. Y cuando me quise dar cuenta ya estaba encima de la silla. La dinámica iba a comenzar. Se trataba de situarnos por orden de nacimiento sin hablar y sin bajar de la silla. A partir de ahí, la gente gesticulando, agarrándose para no caer, ahora paso yo, ahora pasas tú. Un guirigay. Por fin terminamos, no se cómo, ordenados por edades, sin decir una palabra e ilesos. Afortunadamente estaba la psicóloga hiperactiva para iluminarnos: lo habéis conseguido gracias a la cooperación. Eso y hacer una apología de la cooperación, abominando de la competitividad fue una y la misma cosa. Resulta que los males del mundo se deben a la competitividad y que si enseñáramos a nuestros alumnos a cooperar y no a competir ‘tal y como se hace en el actual sistema’, otro gallo cantaría. ¡A cooperar, a cooperar, hasta enterrarlos en el mar!

Que en ocasiones la cooperación es la forma más eficiente de llevar a buen término algunas tareas es algo que saben todas las bandas de ladrones, las mafias y las organizaciones terroristas. Pero de ahí a considerar la cooperación como algo moralmente bueno a priori, va un trecho. Toman la cooperación como un valor y la competitividad como su hermana perversa.
No quiero aquí hablar mal de la cooperación, sino denunciar el mito de la cooperación. La pedagogía oficial, obstinada en mejorar el mundo, ha encontrado en la competitividad al gran Satán. Para ellos la cooperación es más democrática que la competencia. Un sistema competitivo fomenta la desigualdad, la injusticia social, la insolidaridad, el aislamiento, etc. ¿Qué es eso de que tú eres más y yo soy menos; que tú ganas y yo pierdo?

La pedagogía oficial sin embargo se equivoca en algo fundamental. Lo propio de la democracia es, precisamente, la competencia. Sin ir más lejos, el acontecimiento, la fiesta democrática por excelencia son las elecciones. ¿No son competitivas? La competencia sólo es imposible cuando no hay libertad, cuando el estado lo es todo, cuando sólo cabe cooperar o estar fuera. Si hay democracia y libertad, entonces hay competencia. Y viceversa. La competitividad permite que los individuos desarrollen sus aptitudes, que no se conformen, que deseen mejorarse y obtengan el estímulo necesario para emprender esa tarea. Pero la competitividad no es la guerra de todos contra todos. Supone unas reglas, un juego. Se puede competir bien o mal. Se puede saber perder y ganar o no saber. Por eso también es necesaria una educación en la competitividad, que también es un hermoso valor.

No sé a cuánta gente ha educado la pedagogía oficial cooperacionista, pero Kant ha educado a la humanidad y vean lo que dice:

 

“El medio de que se sirve la Naturaleza para lograr el desarrollo de todas sus disposiciones es el antagonismo de las mismas en sociedad, en la medida en que este antagonismo se convierte a la postre en la causa de un poder legal de aquéllas. Entiendo en este caso por antagonismo la insociable sociabilidad del hombre, es decir, su inclinación a formar sociedad que, sin embargo, va unida a una resistencia constante que amenaza perpetuamente con disolverla. Esta disposición reside, a las claras, en la naturaleza del hombre. El hombre tiene una inclinación a entrar en sociedad, porque en tal estado se siente más como hombre, es decir, que siente el desarrollo de sus disposiciones naturales. Pero también tiene una gran tendencia a aislarse, porque tropieza en sí mismo con la cualidad insocial que le lleva a querer diponer de todo según le place, y espera, naturalmente, encontrar resistencia por todas partes, por lo mismo que se sabe hallarse propenso a ofrecérsela a los demás. Pero esta resistencia es la que despierta todas las fuerzas del hombre y le lleva a enderezar su inclinación a la pereza y, movido por el ansia de honores, poder o bienes, trata de lograr una posición entre sus congéneres, que no puede soportar, pero de los que tampoco puede prescindir. Y así transcurren los primeros pasos serios de la rudeza a la cultura, que consiste propiamente en el valor social del hombre».

 


I. Kant, Ideas de una historia en sentido cosmopolita, en “Filosofía de la historia”


Insociable sociabilidad, cooperación y competencia, son dos aspectos de la naturaleza humana necesarios para su progreso. Negar uno de ellos es negar al ser humano.

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