CÓMO SE HACE EL AMOR EN OCTUBRE, OCTUBRE
2 diciembre, 2013 1 comentario
A Maricarmen García Monteagudo
Para comprender el significado de esta obra es preciso precisar su ambigüedad, la dualidad de su unidad, su doble sentido. Se presenta ya en su título: Octubre, Octubre. «Pues octubre, como siempre, es dos: afuera y adentro [nacimiento y muerte]. Espirales contrarias girando hacia su identificación final. En el límite, como en matemáticas». Y se torna más patente en el doble título de sus capítulos. En efecto, la novela que José Luis Sampedro tardó veinte años en publicar, se despliega en dos obras: una inacabada novela titulada Octubre, Octubre (como la novela en su conjunto) y Papeles de Miguel, un relato autobiográfico. La autoría de ambas es atribuida a un profesor de antropología llamado Miguel. Tienen igual número de capítulos. Y, pese a mediar quince años entre la acción de una y otra, son expuestas en paralelo capítulo a capítulo.
La novela inacabada tiene dos protagonistas: Luis y Águeda o Ágata como se rebautizará hacia la mitad de la obra. Ambos ambiguos también. Contrariamente ambiguos. Y por eso precisamente acaban por formar un único protagonista –Luis-Ágata–, por reconocerse el uno en el otro, por enamorarse plenamente uno de otro. Su acción se resume en este reconocimiento, en este descubrimiento de su propia identidad, que no consiste en hacer desaparecer ambas ambigüedades, sino en precisarlas una con otra, en unificarlas entre sí, apareciendo así nítidamente como la identidad propia de cada uno de ellos. Tal acción se desarrolla a lo largo de un año, y se enmarca en el distrito madrileño de Palacio –o , como se decía en el siglo XVIII, Cuartel de Palacio–, a la par que se desmarca de él.
El relato se despliega en tres narraciones simultáneas: LUIS, ÁGUEDA y CUARTEL DE PALACIO. Las dos primeras adoptan la forma del monólogo interior de un yo que paulatinamente pasa del desengaño amoroso a la culminación del enamoramiento, a la íntima unión con su amante, según va conociéndose, según va dándose cuenta de su vida; de su vida interior, la más ambigua y al tiempo la más determinante, aquella de la que depende su felicidad: la sentimental. La tercera representa «la vida exterior», por así decir, de Luis y Águeda. Es una descripción impersonal del medio de relaciones personales en el que se hallan Luis y Águeda, y del que se distingue la que surge entre ellos dos. Esta relación va uniéndolos entre sí a la vez que va separándolos del medio, hasta que, hechos uno y el mismo, «caen en el vacío del cielo».
Luis y Águeda, víctimas de un pasado traumático, se sienten muertos: mentes perdidas y corazones vacíos, incapaces de amar. Sin embargo, esta muerte es ambigua, ya que contiene en sí misma su contrario; también significa el principio del nacimiento de una vida mejor, puesto que es la destrucción del amor por sí mismo para alcanzar una forma más alta. En efecto, esta muerte les hace identificarse uno con otro inmediatamente –es decir, exteriormente, por negación del medio, por hacerlos diferentes de quienes les rodean–,haciendo surgir entre ellos una relación sentimental ambigua, que va definiéndose, según van conociéndose a sí mismos reviviendo su propio pasado y viviendo nuevas experiencias, hasta alcanzar la forma del pleno enamoramiento, es decir, hasta llegar a reconocerse el uno en el otro, a identificarse interiormente el uno con el otro, a la unión íntima de ambos amantes.
El relato autobiográfico Papeles de Miguel, al igual que Luis y Águeda, adopta la forma del monólogo interior de un yo que, según va analizando su vida, pasa del desengaño amoroso a la culminación del enamoramiento, a la íntima unión con su amante. Pero, contrariamente a aquellos, el desengaño de Miguel no se da al revelarse ficticio el amor, sino al revelarse amor imposible, amor ideal, amor eterno, amor absoluto. Es por esto que Miguel muere de amor, mientras que Luis y Águeda de amor viven.
Nerissa, el verdadero amor de Miguel, lo abandona no porque haya dejado de amarle, sino por no poder hacerse un hueco en su vida. Miguel, entonces, viendo en Nerissa la representación más perfecta de Dios y el medio de llegar a Él, en vez de olvidarla, decide perfeccionar cual místico su amor a ella, olvidándose, desasiéndose de su propia vida; decide unirse a Nerissa, abandonando su propia vida. Y es para poder realizar semejante despegue de su propia vida, que Miguel necesita analizarla. El hecho de que Nerissa no pueda instalarse en su vida significa efectivamente que su amor es imposible. Y por esto mismo es verdadero en absoluto. Paradójicamente, la imposibilidad de un amor no es señal de su falsedad, sino de su autenticidad; porque el amor es la unión de los contrarios, o sea, lo imposible. El amor imposible es la genuina realidad que no teniendo cabida en la vida la traspasa. Por eso Miguel, siguiendo ese amor hasta el final de su análisis y desasimiento vital, queda traspasado, dividido en dos, Miguel y Nerissa, desdoblado su monólogo en un diálogo entre ellos. Y así, herido fatalmente, se siente cada vez más cerca de su amante, hasta que la muerte los una en absoluto, infinita, eternamente.
Tal análisis y desasimiento se desarrolla a lo largo de dos años y, adoptando la forma de un viaje, se enmarca en sucesivos barrios de Madrid.
Miguel, En su relato autobiográfico, se refiere con frecuencia a su inacabada novela Octubre, Octubre, viendo en tal ficción la clave de su vida, indispensable para su análisis, y en su vida el carácter de ficción, indispensable para su desasimiento. Ello facilita al lector apreciar la unidad interna de ambas obras manifiestamente contrarias. Novela y autobiografía, ficción y vida, generación y destrucción, aparecen no oponiéndose, sino complementándose, entretejidas por la única realidad auténtica: el amor. Amor que destruye la ficción para hacerse vida, como el de Luis y Águeda, amor que destruye la vida para hacerse absoluto, como el de Miguel, amor que se hace deshaciéndose, que se eleva socavándose, que se afirma negándose.
Así la manifestación plena del amor pasa por tres fases: la del amor ficticio o fantástico, en que los amantes se unen en la fantasía, la del amor carnal, que equivale a la destrucción del ficticio, y la del místico, que equivale a la destrucción del carnal. En Miguel estas tres fases corresponden, respectivamente, al amor de su tía Magda, al de su amante Hannah y al de Nerissa.
Se comprende ahora por qué Miguel considera inacabada su novela. En ella el amor llega hasta la vida y es absorbido por ella perfectamente, se encarna por completo, manifestando su naturaleza ambigua en la bisexualidad; pero no va más allá de la vida, no ahonda en la carne hasta traspasarla, manifestando mejor su naturaleza contradictoria en un bisexualismo suprasexual. En la plena encarnación, en la unión sexual, el amor todavía no alcanza su plenitud; tan sólo la evoca metafóricamente. Hace falta la última fase, la del amor místico, para que se exprese el amor consumado.
Su agilísima prosa, la riqueza de sus metáforas y símbolos, su extraña mezcla de melancolía, esperanza y erotismo hacen que la lectura de esta obra de arte sea un placer único.
Juan José Bayarri Torrecillas
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