Semblanza de un hombre valiente

Fernando Savater es uno de esos raros seres a los que el tiempo mejora. El que aparentaba un joven sofista presuntuoso va adquiriendo el aspecto de un Sócrates venerable.

Su semblanza física es incuestionable; complexión robusta, achaparrada, amplio cuello, rostro burlón, feo y feroz. Se cuenta que habiendo sido derrotado el ejército ateniense, sus guerreros huían en desbandada abandonando sus armas y pertenencias en el campo de batalla; sin embargo, Sócrates se detenía para recoger y cargar con su amigo Alcibíades herido en la lucha. Ningún enemigo se atrevía a acercarse; tal temor les infundía su mirada y energía. Semejante efecto creo que causa la irónica dialéctica de Fernando Savater entre sus adversarios.

Como a Sócrates, también a Savater se le ha visto en malas compañías [se le ha reprochado]. Y, como Sócrates, recluta sus crecientes detractores, aparte de entre algunos despistados, entre aquellos «respetables» que juzgan la propia reputación por la del vecindario, entre los convencidos con verdades y bastones compartidos, y entre los hipócritas a quienes su mirada desnuda.

Hoy he confirmado la semejanza entre ambos. En el Banquete a Sócrates se le compara con esas cajas en forma de silenos que al abrirse contenían las más bellas estatuas, estatuas de dioses. Dice Alcibíades: «pasa toda su vida ironizando y bromeando con la gente, mas cuando se pone serio y se abre, las imágenes de su interior, yo las he visto y me parecieron extremadamente bellas, admirables y divinas»

Basta leer el artículo de hoy para reconocer en Fernando Savater a uno de esos silenos. El contenido del artículo y el poema al que alude -«Las cosas» de Borges– me han recordado  este otro de José Luis Hidalgo:

Y no está. Sencillamente

lo van diciendo las cosas.

El sitio en que tantas veces

se sentara silenciosa

para mirarme soñando

un alto sueño sin sombras.

La puerta que ella cruzara

alegre, plena y gozosa.

El libro que ella mirara …

Y no está. Sencillamente

lo van diciendo las cosas.

Javier Marías, dos recuerdos.

Las preocupaciones de Marías y las mías. 23 de abril del 2007

No he sido nunca un gran cinéfilo, pero no hace mucho salí del cine reconfortado, fue tras ver la película Babel, de la cual me habían hablado muy bien; no me decepcionó, al contrario que la mayoría de las últimas películas que he visto. Resulta , por otra parte, que entre mis columnistas favoritos se encuentra Javier Marías con el que suelo estar de acuerdo en muchas de sus polémicas opiniones.
Ayer domingo al echar un vistazo -por encima del café con leche, y apartando los ojos de la victoria del Real sobre el Valencia y el memorable gol de Van Nistelroy – al artículo que Marías escribía ayer en su “ zona fantasma” me llevé una gran sorpresa: una crítica feroz a una película que yo había juzgado como buena. Pregunté a quien en ese momento lo estaba leyendo y me confirmó mis sospechas: una crítica atroz. Vaya, ¿cómo podía ser eso?


Tengo que confesar que me revolví contra Marías, “te estás volviendo un asocial Marías, además de caprichoso y no demasiado objetivo”, -no hace mucho me pareció que elogiaba la versión cinematográfica de Alatriste, que a mí me pareció insustancial, dejo los motivos de mi juicio, pues no viene al caso y me alejan del tema que me ocupa-. La verdad, no tuve fuerzas para leer el artículo; también yo me sentí preocupado por mis discrepancias. No obstante, a pesar de mis resistencias, la cuestión estuvo rondando por mi cabeza, no sé cómo, en cierto momento me pregunté ¿sería capaz de ver de nuevo Babel? ¿ qué me aportaría de nuevo? En ese momento creí comprender a Javier Marías; me di cuenta de que yo no tenía ningún deseo de verla de nuevo, que difícilmente me diría nada nuevo, que la consideraba agotada. Pero, lo que precisamente caracteriza a una obra maestra es que tiene muchas lecturas, que no nos aburre ir a ella de nuevo, al contrario, que cada vez que vamos nos reconforta… comprendí entonces la ligereza con que en el cine se habla de obras maestras y de genios… cada año un par o una docena, más las dos docenas de genios de la interpretación, dirección y producción etc, pisando alfombras o levantando estatuillas anglos o castizas.

Esta mañana me encontré con fuerzas para leer el artículo.

¡Gracias Javier!

..y no te preocupes hombre. Necesitamos de ese tábano que nos despierte de tanta sospechosa opinión coincidente y de la nueva censura, lo políticamente correcto, y de la memez imperante, no sólo la que discurre entre tanta alfombra roja y papel couché.

Leer el artículo de Javier Marias Debo preocuparme

Releer. 6 de marzo de 2017

A Javier Marías no le gustan demasiado los blogueros ni los internautas en general; a algunos blogueros, sin embargo, nos encanta Javier Marías -una de esas tantas amistades sin reciprocidad en que abundamos los amantes de la literatura. Tan sólo he leído una novela suya, aunque voluminosa, la trilogía Tu rostro mañana,  que me ocupó todo un verano, pero durante años he leído el dominical de El País comenzando por la última página en que encontraba a Marías, era para mí un verdadero placer junto al café y la tostada leer la habitual columna ¡y cómo lo echaba en falta los domingos del mes agosto en el que tomaba vacaciones el columnista!  casi con la decepción del que han dejado plantado en una cita. Muchas veces, las más, he compartido sus opiniones, en ocasiones he discrepado -las menos. Casi siempre me han divertido lo suficiente como para provocarme una sonrisa o más, su lectura sólo en raras ocasiones me ha dejado indiferente,  utilicé sus artículos con fines polémicos en las ya extintas clases de Sociología, hasta compartimos el amor al mismo equipo de futbol y cierto desdén por los capuchinos -de diversas especies- sobre todo cuando les da por tomar la calle.  Muchos años antes ocupaba esa página Antonio Gala, al que también seguí con asiduidad, aunque a éste en diferido, rescatándolo de entre los montones de periódicos viejos y libros que acumulaba mi abuelo. Me vienen a la memoria ediciones de libros en papel barato –Los bandidos persas, El 93, Los pazos de Ulloa...- en ediciones cuyo precio venía indicado en céntimos. Una década después recuerdo una prueba de selectividad de comienzos de los años noventa, y recuerdo  que durante la comida del tribunal se produjo una divertida discusión  sobre la autoría del texto dedicado a comentario -que aparecía entonces sin el nombre del autor. Mi colega de lengua atribuía la autoría a Nietzsche, yo a Antonio Gala, como así resultó ser, aunque en ese momento los presentes me lo tomasen como una boutade. Aunque las ideas que sobre la vida se vertían en aquel escrito bien podían proceder de Nietzsche, el estilo en que estaba escrito de ninguna manera podía proceder del huraño paseante de Sils Maria

 Me ha gustado su último artículo dominical, volviendo a Marías. Es cierto que, por razones que no vienen al caso, no acostumbro ya a comprar El País, a Marías lo leo ahora en formato digital y acompaño la tostada con el Marca. El artículo de ayer, “De quién fiarse”, me  recuerda a los mejores artículos de Marías, dice allí que no acostumbra a releer salvo en contadas ocasiones, porque teme que al lector actual le defraude lo que en otro tiempo entusiasmó o amó con excepción de unos pocos a los que puede volver sin temor, Cervantes, Proust, Flaubert, Shakespeare, Conrad, Melville y pocos más. “Por eso tiendo a rehuir las relecturas, con excepciones. A veces prefiero guardar un buen recuerdo difuso, y tal vez equivocado, antes que someterlo a la revisión de unos ojos más experimentados, impacientes y cansados. Como tantas otras veces comparto la opinión de Marías; en mi caso la relectura es nula, salvo por motivos profesionales. Me he preguntado, sin embargo, qué autores que en otro tiempo he disfrutado tendría más reparos en releer hoy, entre ellos -me ha sorprendido- se encuentra Nietzsche, el filósofo que con mayor identificación personal y emotiva he leído es, sin embargo, el que en este momento más temería releer y en concreto la obra que más me entusiasmó: Así habló Zaratustra, podría quizá releer Ecce Homo, pero no La genealogía de la moral.

Por descontado que en mi caso releer es casi tan absurdo como escribir una autobiografía a los quince años. A veces fantaseo con el verano;   despreocupación, una cervecita y quizá el Tratado teológico-político, La filosofía en la Edad Media o El mundo como voluntad y representación. Quién sabe, pero ay, que llegue el caloret, que este frío me cala hasta los huesos.

Del quehacer poético

Esta es una antigua entrada, tiene ya diez años, pero la recupero de nuevo animado por mis lecturas actuales Margarethe» (1981) se basa en el poema «Fuga de la muerte», de Paul Celan

Me han fascinado siempre las palabras de los artistas –especialmente de los poetas, a quienes creo comprender mejor- respecto al sentido de su quehacer. Sospecho que lo que en esas palabras se contiene es un tanteo por expresar el sentido de la propia vida, y una forma de entender, en general, la vida humana. Frente al hombre práctico que en su cotidianidad inmediata actúa completamente dormido –hipnotizado-, el poeta no es un soñador sino aquel que experimenta, aunque sean tan solo como chispas, la necesidad de rasgar la apariencia. Poesía y metafísica tienen una raíz común; como creo haber leído a Ortega, el sentimiento de desorientación y la pugna por habitar en ella. Les dejo con dos poetas hablando de su quehacer: el texto de Cernuda es un pequeño fragmento, les aconsejo que lean el texto original completo –apenas unas páginas, pero plenas de sentido. En el texto de Celan junto a la desorientación, y el desamparo, creo advertir la presencia de la nadificante nada. Que tampoco está ausente en Cernuda.

1.

El instinto poético se despertó en mí gracias a la percepción más aguda de la realidad, experimentando, con un eco más hondo, la hermosura y la atracción del mundo circundante. Su efecto era, como en cierto modo ocurre con el deseo que provoca el amor, la exigencia, dolorosa a fuerza de intensidad, de salir de sí mismo, anegándome en aquel vasto cuerpo de la creación. Y lo que hacía aún más agónico aquel deseo era el reconocimiento tácito de su imposible satisfacción.
A partir de entonces comencé a distinguir una corriente simultánea y opuesta dentro de mí, hacia la realidad y contra la realidad, de atracción y de hostilidad hacia lo real. El deseo me llevaba hacia la realidad que se ofrecía ante mis ojos como si sólo con su posesión pudiera alcanzar certeza sobre mi propia vida. Mas como esta posesión jamás la he alcanzado sino de modo precario, de ahí la corriente contraria, de hostilidad ante el irónico atractivo de la realidad . Puesto que, según parece, esta es la experiencia de alguno filósofos y poetas que admiro, con ellos concluyo que la realidad exterior es un espejismo y lo único cierto mi propio deseo de poseerla. Así pues, la esencia del problema poético, a mi entender, la constituye el conflicto entre realidad y deseo, entre apariencia y verdad…

Luis Cernuda. Palabras antes de una lectura. 1935

2.

en esa lengua he intentado yo escribir poemas en aquellos años y en los posteriores: para hablar, para orientarme, para averiguar dónde me encontraba y a dónde ir, para proyectarme una realidad.
Era, como ven, acontecimiento, movimiento, estar de camino, el intento de encontrar una dirección.. Y cuando pregunto por su sentido tengo que reconocer que en esa cuestión también tiene algo que decir la cuestión del sentido de las agujas del reloj.
Pero el poema no es intemporal. Por supuesto encierra una pretensión de infinitud, intenta pasar a través de él, no por encima de él (…) el poema puede ser una botella lanzada con la confianza –ciertamente no siempre muy esperanzadora- de que pueda ser arrojada a tierra en algún lugar y en algún momento, tal vez a la tierra del corazón. De igual forma, los poemas están de camino, rumbo hacia algo.
¿Hacia qué? Hacia algo abierto, ocupable, tal vez hacia un tú asequible, hacia una realidad asequible a la palabra.
Tales realidades son las que tienen relevancia para el poema.
Y creo que reflexiones como ésta no sólo acompañan mis propios esfuerzo, sino también las de otros poetas de las nuevas generaciones. Son los esfuerzos de aquel a quien sobrevuelan estrellas, obra del hombre, y que sin amparo, en un sentido inimaginable hasta ahora, terriblemente al descubierto, va con su existencia al lenguaje, herido de realidad y buscando realidad.

Paul Celan. Fragmento del Discurso con motivo de la concesión del premio de literatura de la ciudad libre hanseática de Bremen. 1958

Releer

A Javier Marías no le gustan demasiado los blogueros ni los internautas en general; a algunos blogueros, sin embargo, nos encanta Javier Marías -una de esas tantas amistades sin reciprocidad en que abundamos los amantes de la literatura. Tan sólo he leído una novela suya, aunque voluminosa, la trilogía Tu rostro mañana,  que me ocupó todo un verano, pero durante años he leído el dominical de El País comenzando por la última página en que encontraba a Marías, era para mí un verdadero placer junto al café y la tostada leer la habitual columna ¡y cómo lo echaba en falta los domingos del mes agosto en el que tomaba vacaciones el columnista!  casi con la decepción del que han dejado plantado en una cita. Muchas veces, las más, he compartido sus opiniones, en ocasiones he discrepado -las menos. Casi siempre me han divertido lo suficiente como para provocarme una sonrisa o más, su lectura sólo en raras ocasiones me ha dejado indiferente,  utilicé sus artículos con fines polémicos en las ya extintas clases de Sociología, hasta compartimos el amor al mismo equipo de futbol y cierto desdén por los capuchinos -de diversas especies- sobre todo cuando les da por tomar la calle.  Muchos años antes ocupaba esa página Antonio Gala, al que también seguí con asiduidad, aunque a éste en diferido, rescatándolo de entre los montones de periódicos viejos y libros que acumulaba mi abuelo. Me vienen a la memoria ediciones de libros en papel barato –Los bandidos persas, El 93, Los pazos de Ulloa...- en ediciones cuyo precio venía indicado en céntimos. Una década después recuerdo una prueba de selectividad de comienzos de los años noventa, y recuerdo  que durante la comida del tribunal se produjo una divertida discusión  sobre la autoría del texto dedicado a comentario -que aparecía entonces sin el nombre del autor. Mi colega de lengua atribuía la autoría a Nietzsche, yo a Antonio Gala, como así resultó ser, aunque en ese momento los presentes me lo tomasen como una boutade. Aunque las ideas que sobre la vida se vertían en aquel escrito bien podían proceder de Nietzsche, el estilo en que estaba escrito de ninguna manera podía proceder del huraño paseante de Sils Maria

 Me ha gustado su último artículo dominical, volviendo a Marías. Es cierto que, por razones que no vienen al caso, no acostumbro ya a comprar El País, a Marías lo leo ahora en formato digital y acompaño la tostada con el Marca. El artículo de ayer, “De quién fiarse”, me  recuerda a los mejores artículos de Marías, dice allí que no acostumbra a releer salvo en contadas ocasiones, porque teme que al lector actual le defraude lo que en otro tiempo entusiasmó o amó con excepción de unos pocos a los que puede volver sin temor, Cervantes, Proust, Flaubert, Shakespeare, Conrad, Melville y pocos más. “Por eso tiendo a rehuir las relecturas, con excepciones. A veces prefiero guardar un buen recuerdo difuso, y tal vez equivocado, antes que someterlo a la revisión de unos ojos más experimentados, impacientes y cansados. Como tantas otras veces comparto la opinión de Marías; en mi caso la relectura es nula, salvo por motivos profesionales. Me he preguntado, sin embargo, qué autores que en otro tiempo he disfrutado tendría más reparos en releer hoy, entre ellos -me ha sorprendido- se encuentra Nietzsche, el filósofo que con mayor identificación personal y emotiva he leído es, sin embargo, el que en este momento más temería releer y en concreto la obra que más me entusiasmó: Así habló Zaratustra, podría quizá releer Ecce Homo, pero no La genealogía de la moral.

Por descontado que en mi caso releer es casi tan absurdo como escribir una autobiografía a los quince años. A veces fantaseo con el verano;   despreocupación, una cervecita y quizá el Tratado teológico-político, La filosofía en la Edad Media o El mundo como voluntad y representación. Quién sabe, pero ay, que llegue el caloret, que este frío me cala hasta los huesos.

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