Observaciones a la lectura de la primera parte de Así habló Zaratustra.

y medito a las horas tranquilas de la noche,
cuando el tiempo convida a los estudios nobles,
el severo discurso de las ideologías
-o la advertencia de las constelaciones
en la bóveda azul…

Jaime Gil de Biedma

Finalizada la lectura de la primera parte de Así habló Zaratustra debemos hacer balance, esta vez prescrito, en su primera despedida, por el propio Zaratustra a aquellos que se llamaban sus discípulos: ¡alejaos de Zaratustra, o mejor avergonzaos de él, tal vez os ha engañado!

¿Avergonzarse?  El peor de los sentimientos;  tanto que deberíamos evitárselo, incluso,  al peor de nuestros enemigos, nos advierte Zaratustra. Sin embargo, con esta máxima crueldad, máxima negación, debemos ahora examinar las enseñanzas de Zaratustra, sólo así discípulos y maestros pueden hacerse dignos unos de otros. Porque no ha habido lejanía ni crueldad previa, no valen nada las creencias ni  los creyentes. (Pensamiento crítico diríamos con palabras actuales,  si no fuese porque el gastado sintagma opera de manera contraria a la que enuncia; aquí y ahora, pensamiento crítico significa: seguir, tras el desayuno,  las consignas del  bando al que estamos adscritos).

¿ Sobre qué versa la enseñanza fundamental de esta primera parte con que se inicia Así habló Zaratustra? No del superhombre, sino del hombre y del amor al hombre.  El hombre es una cuerda tendida (geknüft=anudado) entre el animal y el superhombre, es decir, el hombre está atado tanto al uno como al otro, no puede escapar a su naturaleza animal porque le constituye, pero también reside en él el superhombre (der Übermensch);  la necesidad de su autosuperación, de ir más allá de sí mismo, de inventar, de crear y crearse, de estar necesariamente vuelto hacia el futuro como posibilidad. La imposibilidad de llegar a ser actual y completo; siempre inactual y venidero.  Si esta tensión paradójica constituye el hombre, amar al hombre sería amar, alimentar o procurar esta tensión e igualmente aquello que debería despreciarse es todo aquello que la debilita, descuida o mata,  esta posibilidad está representada en la figura del último hombre

Nada de lo anterior me alteró el color, no sé a ustedes. Pero un cierto calor sorpresivo me invadió al leer, en el último capítulo de esta primera parte,  lo siguiente:

¡Vosotros los solitarios de hoy, vosotros los apartados, un día debéis ser un pueblo:  de vosotros, que os habéis elegido a vosotros mismos, debe de surgir un día un pueblo elegido -y de él, el superhombre.!

!En verdad, en un lugar de curación debe transformarse todavía la tierra ¡ Y ya la envuelve un nuevo aroma, que trae salud -y una nueva esperanza!

¿Pero  Zaratustra es otro visionario, otro profeta, otro utopista, otro alucinado que viene a prometernos felicidad en otro tiempo? ¿No estaban muertos ya todos los pueblos? ¿Otro tiempo  y un cumplimiento final en él del superhombre? 

No. Prefiero volver a  la primera interpretación y ver en este último texto la advertencia de la imposibilidad de entender el yo sin el otro. El sentido del hombre, su autosuperación, comprende y necesita de los otros a los que darse.

Nos vemos en septiembre.

Nietzsche como ‘deseducador’

Ante las malas noticias no hay como buscar consuelo en los clásicos. Lamentablemente en este caso tampoco parece que podamos encontrarlo, qué le vamos a hacer:

Al sistema entero de educación superior en Alemania se la he ido de las manos lo principal: tanto la finalidad_ como los medios de lograrla. Se ha olvidado que la educación, la formación misma –y no el Reich- es la finalidad, que para lograr esa finalidad son precisos educadores –y no profesores de Instituto y doctos de Universidad… Hay necesidad de educadores que estén educados ellos mismos, de espíritus superiores, aristocráticos, probados en cada instante, probados por la palabra y el silencio, culturas que se hayan vuelto maduras, dulces, no los doctos zopencos que los Institutos y la Universidad ofrecen hoy a la juventud como «nodrizas superiores». Faltan, descontadas las excepciones de las excepciones, los educadores, primera condición previa de la educación: de ahí la decadencia de la cultura alemana. –Una de esas rarísimas excepciones es mi venerado amigo Jakob Burckhardt de Basilea: a él en primer lugar debe Basilea su primacía humanística. –Lo que las «escuelas superiores» de Alemania logran de hecho es un adiestramiento brutal para hacer utilizable, aprovechable para el servicio del Estado, con la menor pérdida posible de tiempo, un gran número de jóvenes. «Educación superior» y gran número –son cosas que de antemano se contradicen. Toda educación superior pertenece sólo a la excepción: hay que ser privilegiado para tener derecho a un privilegio tan alto. Ninguna de las cosas grandes, ninguna de las cosas bellas, puede ser jamás bien común: pulchrum est paucorum hominum [lo bello es cosa de pocos hombres].- ¿Qué es lo que condiciona la decadencia de la cultura alemana? El hecho de ue la «educación superior» no sea ya un privilegio –el democratismo de la «cultura general», la cual se ha vuelto común… Sin olvidar que los privilegios militares imponen formalmente una concurrencia excesiva a las escuelas superiores, es decir, su ruina. –Nadie es ya libre, en la Alemania de ahora, de dar a sus hijos una educación aristocrática: nuestras escuelas «superiores», todas ellas, están organizadas para la mediocridad más ambigua, en sus maestros, en sus planes de enseñanza, en las metas de su enseñanza. Y en todas partes reina una prisa indecorosa, como si se llegase tarde a algo si el joven de veintitrés años no ha «acabado» ya, no conoce todavía la respuesta a la «pregunta principal»: ¿qué profesión? – Una especie superior de hombre, permítaseme decirlo, no ama las «profesiones», precisamente porque se sabe con una vocación… Tiene tiempo, no piensa en absoluto en haber «acabado», -a los treinta años se es, en el sentido de una cultura elevada, un principiante, un niño. –Nuestros Institutos repletos, nuestros profesores de Institutos sobrecargados, convertidos en unos estúpidos, son un escándalo: para tomar la defensa de esas situaciones, como acaban de hacerlo los catedráticos de Heidelberg, acaso se tengan causas, – pero no hay razones.

F. Nietzsche: El crepúsculo de los ídolos