4 rasgos totalitarios en ‘Democracia real ya’

Últimamente parece que se anda poniendo de moda lo de indignarse. Reconozco que, tal y como está el percal, no nos faltan razones. Sin embargo hay algo en esa actitud que me resulta molesto, incluso cuando yo mismo la adopto. Indignarse siempre me ha parecido algo artificioso, como una pose. El indignado, en muchas ocasiones, tampoco parece dispuesto a hacer nada. Indignarse parece un estado cerrado en sí mismo, como a la espera de que alguien haga algo. Por eso la frase típica del indignado es: “¿Pero es que nadie va a hacer nada”? Además, uno puede indignarse por todo tipo de cosas: por hacerle mal las mechas en la ‘pelu’, por la peste a sardina en el patio de luces, por fracasar en Eurovisión, por ver tetas en la playa… A veces nos indignamos por cosas más elevadas, pero no nos dura mucho.

La moda de indignarse ha cogido vuelo estos días y, afortunadamente, se ha dirigido hacia un fin más o menos noble: la política. Eso es bueno porque quiere decir que la gente no se ha vuelto ya completamente imbécil. Estamos viendo en las principales capitales de Provincia -especialmente en Madrid- una serie de movilizaciones al grito de ‘Democracia real ya”.  La combinación de este movimiento y la moda de indignarse es como la combinación de una mecha y una cerilla. El mensaje es muy sencillo: indignaos. Esto lo dicen en tiempos de vacas gordas y nadie hace caso. Pero ahora es otra cosa. Los españoles somos, además, propensos a indignarnos. Si el mensaje fuera ‘trabajad’ , ‘luchad’ o ‘esforzaos’, pues haríamos la vista gorda. Pero como sólo hay que indignarse… Creo que con los tiempos que corren es más fácil adherirse al movimiento que tratar de comprenderlo con distancia. Sin embargo, como aquí nos gusta hacer amigos, tomaré aliento y me dedicaré a lo segundo. Lo haré un poco largo para que no me lean los más perezosos.

El asunto es muy complejo y yo me limitaré a analizar el Manifiesto “Democracia real ya” colgado en la web del movimiento (parece que hay dificultades para leerlo ahí, pero se puede leer también aquí). Hay muchas cosas en ‘Democracia real ya’ que me resultan simpáticas, pero hay malas noticias. Creo que el núcleo del manifiesto revela una actitud totalitaria que debe ser expuesta, pues seguramente los firmantes del mismo no se identifican realmente con dicha actitud. Pero a veces una cosa nos lleva a otra y acabamos como el rosario de la Aurora; por eso es importante examinar con lupa los principios. Creo que podemos observar en “Democracia real ya” al menos cuatro rasgos típicos del totalitarismo: esencialismo, utopismo revolucionario, maniqueísmo y estatalismo.

1) Esencialismo

El título mismo del manifiesto no oculta una concepción esencialista de la democracia. Se pide una democracia ‘real’ que se opondría a una democracia falsa. No se contrapone un sistema justo a uno injusto, o un modelo de democracia a otro, sino que se contrapone lo verdadero a lo falso. La democracia existente no es la verdadera, es una apariencia. Los autores del manifiesto parecen estar en posesión de la ‘idea’ platónica de la democracia, probablemente han sido iluminados por ella y se permiten, incluso, determinar las prioridades ‘de toda sociedad avanzada’. El esencialismo nos conduce ahora al holismo: es la sociedad la que tiene prioridades, no los individuos y, por cierto, una de las prioridades de la sociedad es “la felicidad de las personas”. Sólo en la sociedad verdadera seremos verdaderos los hombres. Este enfoque esencialista es muy atractivo porque permite aglutinar a gentes de la más diversa procedencia. En el manifiesto se desmarcan de toda posición ideológica, lo suyo es una cuestión objetiva. La verdad es independiente de las ideologías, por lo tanto la democracia real ha de ser reconocida por todos, con independencia de sus opiniones. Platonismo en vena. Si en vez de reclamar una “democracia real” especificaran exactamente y con detallado rigor el modelo de democracia que piden, la adhesión no sería tan multitudinaria. Pero el problema de las esencias es que el que se viste con ellas, en realidad va desnudo.

2) Utopismo revolucionario

El advenimiento de la verdadera democracia, cual reino de los cielos en la tierra, ha de realizarse, además, “ya”. Esto no puede ser más coherente con el esencialismo. El color de una mesa puede pasar de ser verde a ser rojo de un modo gradual, y sin destruir la mesa. Sin embargo la mesa no puede convertirse gradualmente en otra cosa… unas tijeras de podar, por ejemplo. El cambio a una democracia verdadera tiene que ser ya, no puede ser gradual. La verdad no admite grados. La única forma de que se operen cambios políticos de tanto alcance como este es de modo revolucionario. Pero esta forma de entender la revolución es utópica: las cosas, simplemente, no funcionan así. ¿Y si nos empeñamos? Pues si nos empeñamos en destruir un sistema ‘falso’ para crear ex nihilo otro verdadero, el resultado será… que no lo conseguiremos y, además, haremos mucho daño. Hacer las cosas ‘ya’ cuesta muchos disgustos. La ventaja de los procesos graduales no revolucionarios es que siempre se puede volver hacia atrás si uno ve que estaba equivocado. Pero claro, como ellos están en posesión de la ‘verdad’, pues pueden permitirse cambiarlo todo ‘ya’. El ‘ya’ es simplemente una falta de humildad epistemológica. Es como decir “sabemos que no estamos equivocados”.

 3) Maniqueísmo

Dicen en el manifiesto estar indignados “por la corrupción de los políticos, empresarios, banqueros… Por la indefensión del ciudadano de a pie”. Dos bloques: los políticos, empresarios y banqueros por un lado y los ciudadanos por otro. El bloque de los políticos, empresarios y banqueros es el bloque de los corruptos. El bloque de los ciudadanos es el de los indefensos. O sea, los buenos contra los malos. Los políticos, empresarios y banqueros no son ciudadanos; los ciudadanos son la “gente que trabaja duro todos los días para vivir y dar un futuro mejor a los que nos rodean”. La democracia verdadera será aquella que devuelva el poder a los ciudadanos (clase de la que se ha excluido a los políticos, empresarios y banqueros). Un nuevo fantasma recorre Europa… Los políticos, empresarios y banqueros no son verdaderos ciudadanos porque constituyen un obstáculo para la verdadera democracia. Su único fin es la “acumulación de dinero”, por encima de la “eficacia y el bienestar de la sociedad”, son egoístas, no comprenden que la totalidad es más que la suma de las partes.  Se han apoderado de las instituciones y han convertido la democracia en una “máquina destinada a enriquecer a una minoría”. Pero qué malos son los políticos, empresarios y banqueros. Y qué buenos los ciudadanos trabajadores. Tener un enemigo tan odioso como los políticos, los empresarios y los banqueros sirve… para sacar a la gente a la calle. Hitler tenía a los judíos. Stalin a la burguesía.

4) Estatalismo

Me llama poderosamente la atención que los ciudadanos estén ‘indefensos’. En otros movimientos revolucionarios lo que se perseguía era deshacerse del yugo que el poder ejercía sobre una clase explotada. Sin embargo aquí no piden libertad, piden ser defendidos (“¿Pero es que nadie va a hacer nada?”) de los malvados. Lo que quieren es que el Estado se ocupe de ellos, de su “bienestar”, de la “felicidad de las personas”. Lo malo de esto es que lo que están pidiendo es que el Estado se identifique con el pueblo, y asuma respecto a este la responsabilidad de un padre. Malas cosas… Cuando dicen que el derecho a la vivienda o al trabajo “deberían estar cubiertos” están suponiendo que actualmente no lo están. En realidad actualmente esos derechos están cubiertos de un modo formal, el Estado garantiza que a nadie se le impida trabajar o poseer una vivienda. Sin embargo el derecho negativo a que nadie me impida algo no implica la obligación positiva de que eso me sea proporcionado. Si ‘Democracia real ya’ entiende que el derecho a la vivienda y al trabajo no está satisfecho es porque lo entienden en el sentido positivo. Al final sí tenían una ideología. La verdadera, claro. Pero cuando el Estado empieza a preocuparse por nuestra felicidad, se acaba preocupando demasiado por nuestra ‘felicidad’.

Nota: supongo que es inútil la observación de que el hecho de criticar el movimiento ‘Democracia real ya’ no me sitúa ipso facto a favor de lo que ellos critican. Digo que esta observación, aun siendo verdadera, es inútil, porque la tentación de convertirme en defensor de la corrupción del sistema será demasiado fuerte.

Actualización

Casualmente Nacho Camino ha tratado también el tema en el post ¿Democracia real? Ya… de su magnífico Blog Yo soy el individuo

Otro interesante post sobre el tema en El tercer liberalismo, a cargo de Alfonso Galindo: ¿El Mayo español?

También merece la pena leer el artículo de Quim Monzó en La Vanguardia: He aquí la Spanish Revolution

La soledad de Descartes o de cómo se filosofa a ‘cogitazos’

Durante el mes de enero hemos estado de mudanza en clase. Durante la primera evaluación estuvimos viviendo en la extraña caverna de Platón, pero al final, sospechando que aquello no tenía salida, hemos terminado por desmontarla. Hemos desatado a los atribulados prisioneros, hemos echado abajo el muro de los ‘porteadores’, que han soltado sus estúpidos cargamentos con alegría, luego hemos apagado la hoguera y un tramoyista ha encendido los focos. Es el momento de presentar a Descartes, y de decirles a todos que se vayan a casa, que aquí no hay nada que ver. El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, desconfíen del filósofo-rey, ese guía iluminado, ese Duce, ese caudillo, ese Führer.

Me disponía yo hoy a ir a clase a derribar catedrales mal cimentadas con Descartes, pero al llegar al aula he descubierto que no contenía alumnos, como es la costumbre. Tras unos segundos durante los cuales he descartado mentalmente que fuera el día del libro o que me hubiera equivocado de hora, he observado que a mi alrededor reinaba el caos. Había niños descolgándose por las escaleras metálicas del lager (estamos en barracones desde hace varios años), un grupo de alumnos exaltados se abalanzaba sobre la salida de emergencias, papeleras por el suelo, la cafetería en ruinas y un frío que pelaba. En realidad todo esto no me habría extrañado de haber estado mis alumnos en clase pero, efectivamente, era una situación rara. Ese caos me ha recordado a la Guerra de los Treinta años que enfrentó a los países europeos durante gran parte de la vida de Descartes. De hecho éste, en su afán por conocer ‘cortes y ejércitos’, participó activamente en la guerra como soldado, probablemente encargado de problemas de ingeniería militar. Incluso estuvo presente en crueles batallas, como la de la Montaña Blanca, en la que perdieron la vida 7.000 almas en un día (los atentados del 11S se cobraron 3.000 víctimas mortales). A pesar de que tuvo que estar presente en matanzas de esta índole, Descartes no parece nunca demasiado afectado por ello; es más, según sus biógrafos, se mostraba hasta curioso por todo tipo de acontecimientos bélicos de los que esperaba adquirir grandes enseñanzas. Podemos afirmar que los descubrimientos más importantes de Descartes sucedieron bajo el estrépito de la guerra. De aquí no se sigue sin embargo que Descartes fuera amigo del bullicio, pues es el mismo filósofo que rehuye el enfrentamiento y la discusión estéril y que decide recluirse en Holanda, guardando celosamente el secreto de su paradero. En ese gran teatro del mundo Descartes no sólo avanzaba ‘enmascarado’, sino también meditabundo.

Al final alguien me ha aclarado que el origen del caos era un corte de suministro eléctrico que obligaba a suspender las clases  y a declarar un ‘recreo indefinido’ debido a que los aparatos de aire acondicionado no funcionaban. Sí que hacía frío: cuando aparqué el coche me marcaba unos 2º de temperatura exterior y las paredes metálicas del lager en el que damos clase no paran ni la corriente de aire. Despotrico un rato con el ‘esto-no-puede-ser’ de siempre y al final decido alterar mis deseos antes que a la fortuna y huyo al departamento.

Probablemente en el departamento hacía más frío que en la calle, pero me mantenía a salvo del jaleo. Me he imaginado al Descartes que meditaba en una habitación, junto a su estufa. Mi situación era algo distinta que la de la famosa escena cartesiana, porque me estaba pelado de frío. En cualquier caso he decidido aprovechar el tiempo continuando con la lectura de El cuaderno secreto de Descartes, del matemático Amir D. Aczel. Lo cierto es que el libro me está gustando, no tanto porque me descubra nada, sino por el enfoque. Hasta lo he recomendado a los alumnos. Especialmente refrescante es que el autor pasa casi de puntillas por los aspectos más ‘fiosóficos’ de la obra de Descartes y analiza con cierta atención, y con cartesiana claridad, los problemas matemáticos que le ocuparon y cuyas soluciones bastarían para garantizarle un par de artículos en la Wikipedia. Es curioso, me digo, que la figura de Descartes haya trascendido más como filósofo que como matemático. De hecho, cuando se habla de coordenadas ‘cartesianas’ muchos ni siquiera piensan en Descartes, a juzgar por la cara que ponen los alumnos cuando les dices que ‘cartesiano’ es de ‘Descartes’. Lo del análisis algebraico de la geometría es una idea tan eficaz que se da por sentada hasta el punto de que ni siquiera parece un descubrimiento importante, sino más bien una obviedad. Pienso que la filosofía de Descartes ha de ser verdaderamente potente para haber eclipsado sus otras aportaciones. Hay en el ‘cogito ergo sum’ una fuerza de atracción tan grande que nadie puede escapar: quizás pertenece al género de los agujeros negros.

De repente las paredes y el suelo del departamento retumban, se oyen golpes y gritos fuera, y al final risas infantiles. Algún compañero de guardia trata en vano de imponer cierto orden, pero en cambio hay carreras por los pasillos. Gracias a Descartes siempre tendremos un refugio al que acudir en estos casos: la soledad. Esa, creo, es la magnífica aportación de Descartes a la modernidad, la soledad del cogito. El Sócrates de Platón (nada sé del Sócrates ‘histórico’) siempre está en compañía y jamás rehuye una discusión. Tan amigo es Sócrates de la compañía, que incluso prefiere morir a la soledad. El método filosófico de Platón, puesto en boca de Sócrates, es esencialmente público. Los atenienses tienen -si me permiten la expresión, la guerra en la sangre; son conflictivos, agónicos. La dialéctica es un nuevo tipo de guerra. Ya no se enfrentan brazos contra brazos, sino ‘logos’ contra ‘logos’. Sócrates obliga a sus oponentes a decir, por reducción al absurdo, lo contrario de lo que creían al principio. Sin embargo, la victoria sobre el contrario es externa. El vencido se retira humillado, como el vencido en la guerra, mas no convencido: devolverá el golpe en cuanto pueda, quizás en forma de condena a muerte.

Descartes no lucha con nadie. El método de descartes rehuye todo enfrentamiento. Es el método de la soledad. El ‘cogito ergo sum’ no puede convencer a nadie, exceptuando al que lo pronuncia. La dialéctica de Platón es pública y externa, el cogito de Descartes es privado e interno. Descartes no pretende convencernos de su existencia, ni siquiera de la nuestra, eso sería absurdo. El ‘cogito’ en la boca de otro no me demuestra nada. Descartes me invita a que camine por donde él camina. El ‘cogito’ sólo hace patente la verdad al que lo piensa, no a los demás. Esa intimidad consigue hacernos asentir, pero no de una forma externa, como los argumentos de Sócrates, sino internamente. Descartes nos convence desde dentro, de un ‘cogitazo’. Esta es la gran aportación de Descartes.

Sé que ha vuelto la luz porque el aire acondicionado se pone en marcha, pero de momento sólo tira aire frío. Soy paciente y espero que se vaya calentando, pero eso no ocurre. Estoy leyendo el capítulo en que Descartes va por fin a la Corte de Cristina de Suecia. Descartes temía ese destino, pues consideraba que era «una tierra de osos, entre rocas y hielo». Hizo bien en revisar su testamento antes de partir, pues allí encontraría la muerte. Probablemente una pulmonía, como la que estoy a punto de contraer yo, aunque algunos hablan de asesinato (toco madera). En Descartes todo es muy enrevesado. Yo ya no soporto el frío y decido que es mejor apagar el aire porque no hay forma de que salga caliente. Termino el capítulo y me voy a ver si han vuelto los alumnos. Pero no han vuelto. Mañana les daré un ‘cogitazo’.

Otros profesores de filosofía también han escrito sobre Descartes en sus blogs, espero que no hayan pasado frío:

En Boulé Miguel Santa Olalla escribió Descartes no se equivoca ¿nunca?

En Angelus Novus José Ángel Castaño Gracia escribió: La importancia del pensamiento cartesiano

Y también aquí publicamos algún post sobre Descartes en el pasado: Pedagogía cartesiana

¿Qué hay de lo mío, señor diputado?

(Habla Sócrates con Adimanto tras afirmar Adimanto que los que se dedican demasiado a la filosofía se vuelven inútiles y completamente inaptos para la vida práctica):

«[…] Figúrate que en una nave o en varias ocurre algo así como lo que voy a decirte: hay un patrón más corpulento y fuerte que todos los demás de la nave, pero un poco sordo, otro tanto corto de vista y con conocimientos náuticos parejos de su vista y de su oído; los marineros están en reyerta unos con otros por llevar el timón, creyendo cada uno de ellos que debe regirlo, sin haber aprendido jamás el arte del timonel ni poder señalar quién fue su maestro ni el tiempo en que lo estudió, antes bien, aseguran que no es cosa de estudio y, lo que es más, se muestran dispuestos a hacer pedazos al que diga que lo es. Estos tales rodean al patrón instándole y empeñándose por todos los medio en que les entregue el timón; y sucede que si no le persuaden, sino que más bien hace caso de otros, les dan muerte a éstos o les echan por la borda, dejan impedido al honrado patrón con mandrágora, con vino o por cualquier otro medio y se ponen a mandar en la nave apoderándose de lo que en ella hay. Y así, bebiendo y banqueteando, navegan como es natural que lo hagan tales gentes, y sobre ello, llaman hombre de mar y buen piloto y entendido en la náutica a todo aquel que se da arte a ayudarles en tomar el mando por medio de la persuasión o fuerza hecha al patrón, y censuran como inútil al que no lo hace; y no entienden tampoco que el buen piloto tienen necesidad de preocuparse del tiempo, de las estaciones, del cielo, de los astros, de los vientos y de todo aquello que atañe al arte, si ha de ser en realidad jefe de la nave. Y en cuanto al modo de regirla, quieran los otros o no, no piensan que sea posible aprenderlo ni como ciencia ni como práctica, ni por lo tanto el arte del pilotaje. Al suceder semejantes cosas en la nave, ¿no piensas que el verdadero piloto será llamado un miracielos, un charlatán, un inútil por los que navegan en naves dispuestas de ese modo?»

PLATÓN: República, 488a-489a


«Pues bien, quien pertenece a este pequeño grupo y ha gustado la dulzura y felicidad de un bien semejante, y ve, en cambio, con suficiente claridad que la multitud está loca y que nadie o casi nadie hace nada juicioso en política y que no hay ningún aliado con el cual pueda uno acudir en defensa de la justicia sin exponerse por ello a morir antes de haber prestado ningún servicio a la ciudad ni a sus amigos, con muerte inútil para sí mismo y para los demás, como la de un hombre que, caído entre bestias feroces, se negara a participar en sus fechorías sin ser capaz tampoco de defenderse contra los furores de todas ellas… Y como se da cuenta de todo esto, permanece quieto y no se dedica más que a sus cosas, como quien, sorprendido por un temporal se arrima aun paredón para resguardarse de la lluvia y polvareda arrastradas por el viento; y contemplando la iniquidad que a todos contamina, se da por satisfecho si puede él pasar limpio de injusticia e impiedad por esta vida de aquí abajo y salir de ella tranquilo y alegre, lleno de bellas esperanzas.»

PLATÓN: República, 496c-496e

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