Las cautelas de Descartes

J.N. Robert-Fleury - Galileo frente a la inquisición

Como es sabido, cuando Galileo es arrestado y condenado en 1633, Descartes sufre una gran conmoción, pues acaba de componer un tratado en el que sostiene tesis semejantes a las de éste y decide no publicar su libro Mundo. En la siguiente carta, Descartes explica a su amigo Mersenne las razones que le llevan a no publicar su obra:

Quería enviaros mi Mundo como regalo de Año Nuevo, y hace sólo dos semanas estaba dispuesto a mandaros al menos una parte, si no podría copiarlo todo a tiempo. Pero tengo que decir que, mientras tanto me tomé la molestia de preguntar en Leiden y Amsterdam si tenían el Sistema del mundo de Galileo, pues pensaba haber oído que se había publicado en Italia el año pasado. Me dijeron que se había publicado, pero que todas las copias habían sido quemadas inmediatamente en Roma y que Galileo había sido condenado y castigado. Me quedé tan sorprendido que casi decidí quemar mis papeles o al menos no dejar que nadie los viera. No podía imaginar que Galileo -italiano y, según creo, bien visto por el Papa- pudiera ser considerado un criminal por haber intentado establecer, como sin duda hizo, que la Tierra se mueve. Sé que algunos cardenales habían censurado esta opinión, pero creía haber oído que al mismo tiempo se enseñaba públicamente incluso en Roma. Admito que si la opinión es falsa, también lo es todo el fundamento de mi filosofía, pues también con ella quedaría demostrada, y está tan estrechamente entreverada en cada parte de mi tratado que no puedo eliminarla sin dejar el resto de la obra defectuoso. Pero por nada del mundo querría publicar un discurso en el que la Iglesia pudiera encontrar una sola palabra censurable. Prefiero eliminarlo que publicarlo de una forma mutilada.

(Citado en A.C. Grayling, Descartes, p.p. 208-209)

El argumento principal de la Iglesia para oponerse al heliocentrismo era el Salmo 104:

¡Señor, Dios mío, qué grande eres!

Estás vestido de esplendor y majestad

y te envuelves como un manto de luz.

Tú extendiste el cielo como un toldo

y construiste tu mansión sobre las aguas

Las nubes te sirven de carruaje

y avanzas en alas del viento.

Usas como mensajeros a los vientos,

y a los relámpagos, como ministros.

Afirmaste la tierra sobre sus cimientos:

¡no se moverá jamás!

La soledad de Descartes o de cómo se filosofa a ‘cogitazos’

Durante el mes de enero hemos estado de mudanza en clase. Durante la primera evaluación estuvimos viviendo en la extraña caverna de Platón, pero al final, sospechando que aquello no tenía salida, hemos terminado por desmontarla. Hemos desatado a los atribulados prisioneros, hemos echado abajo el muro de los ‘porteadores’, que han soltado sus estúpidos cargamentos con alegría, luego hemos apagado la hoguera y un tramoyista ha encendido los focos. Es el momento de presentar a Descartes, y de decirles a todos que se vayan a casa, que aquí no hay nada que ver. El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, desconfíen del filósofo-rey, ese guía iluminado, ese Duce, ese caudillo, ese Führer.

Me disponía yo hoy a ir a clase a derribar catedrales mal cimentadas con Descartes, pero al llegar al aula he descubierto que no contenía alumnos, como es la costumbre. Tras unos segundos durante los cuales he descartado mentalmente que fuera el día del libro o que me hubiera equivocado de hora, he observado que a mi alrededor reinaba el caos. Había niños descolgándose por las escaleras metálicas del lager (estamos en barracones desde hace varios años), un grupo de alumnos exaltados se abalanzaba sobre la salida de emergencias, papeleras por el suelo, la cafetería en ruinas y un frío que pelaba. En realidad todo esto no me habría extrañado de haber estado mis alumnos en clase pero, efectivamente, era una situación rara. Ese caos me ha recordado a la Guerra de los Treinta años que enfrentó a los países europeos durante gran parte de la vida de Descartes. De hecho éste, en su afán por conocer ‘cortes y ejércitos’, participó activamente en la guerra como soldado, probablemente encargado de problemas de ingeniería militar. Incluso estuvo presente en crueles batallas, como la de la Montaña Blanca, en la que perdieron la vida 7.000 almas en un día (los atentados del 11S se cobraron 3.000 víctimas mortales). A pesar de que tuvo que estar presente en matanzas de esta índole, Descartes no parece nunca demasiado afectado por ello; es más, según sus biógrafos, se mostraba hasta curioso por todo tipo de acontecimientos bélicos de los que esperaba adquirir grandes enseñanzas. Podemos afirmar que los descubrimientos más importantes de Descartes sucedieron bajo el estrépito de la guerra. De aquí no se sigue sin embargo que Descartes fuera amigo del bullicio, pues es el mismo filósofo que rehuye el enfrentamiento y la discusión estéril y que decide recluirse en Holanda, guardando celosamente el secreto de su paradero. En ese gran teatro del mundo Descartes no sólo avanzaba ‘enmascarado’, sino también meditabundo.

Al final alguien me ha aclarado que el origen del caos era un corte de suministro eléctrico que obligaba a suspender las clases  y a declarar un ‘recreo indefinido’ debido a que los aparatos de aire acondicionado no funcionaban. Sí que hacía frío: cuando aparqué el coche me marcaba unos 2º de temperatura exterior y las paredes metálicas del lager en el que damos clase no paran ni la corriente de aire. Despotrico un rato con el ‘esto-no-puede-ser’ de siempre y al final decido alterar mis deseos antes que a la fortuna y huyo al departamento.

Probablemente en el departamento hacía más frío que en la calle, pero me mantenía a salvo del jaleo. Me he imaginado al Descartes que meditaba en una habitación, junto a su estufa. Mi situación era algo distinta que la de la famosa escena cartesiana, porque me estaba pelado de frío. En cualquier caso he decidido aprovechar el tiempo continuando con la lectura de El cuaderno secreto de Descartes, del matemático Amir D. Aczel. Lo cierto es que el libro me está gustando, no tanto porque me descubra nada, sino por el enfoque. Hasta lo he recomendado a los alumnos. Especialmente refrescante es que el autor pasa casi de puntillas por los aspectos más ‘fiosóficos’ de la obra de Descartes y analiza con cierta atención, y con cartesiana claridad, los problemas matemáticos que le ocuparon y cuyas soluciones bastarían para garantizarle un par de artículos en la Wikipedia. Es curioso, me digo, que la figura de Descartes haya trascendido más como filósofo que como matemático. De hecho, cuando se habla de coordenadas ‘cartesianas’ muchos ni siquiera piensan en Descartes, a juzgar por la cara que ponen los alumnos cuando les dices que ‘cartesiano’ es de ‘Descartes’. Lo del análisis algebraico de la geometría es una idea tan eficaz que se da por sentada hasta el punto de que ni siquiera parece un descubrimiento importante, sino más bien una obviedad. Pienso que la filosofía de Descartes ha de ser verdaderamente potente para haber eclipsado sus otras aportaciones. Hay en el ‘cogito ergo sum’ una fuerza de atracción tan grande que nadie puede escapar: quizás pertenece al género de los agujeros negros.

De repente las paredes y el suelo del departamento retumban, se oyen golpes y gritos fuera, y al final risas infantiles. Algún compañero de guardia trata en vano de imponer cierto orden, pero en cambio hay carreras por los pasillos. Gracias a Descartes siempre tendremos un refugio al que acudir en estos casos: la soledad. Esa, creo, es la magnífica aportación de Descartes a la modernidad, la soledad del cogito. El Sócrates de Platón (nada sé del Sócrates ‘histórico’) siempre está en compañía y jamás rehuye una discusión. Tan amigo es Sócrates de la compañía, que incluso prefiere morir a la soledad. El método filosófico de Platón, puesto en boca de Sócrates, es esencialmente público. Los atenienses tienen -si me permiten la expresión, la guerra en la sangre; son conflictivos, agónicos. La dialéctica es un nuevo tipo de guerra. Ya no se enfrentan brazos contra brazos, sino ‘logos’ contra ‘logos’. Sócrates obliga a sus oponentes a decir, por reducción al absurdo, lo contrario de lo que creían al principio. Sin embargo, la victoria sobre el contrario es externa. El vencido se retira humillado, como el vencido en la guerra, mas no convencido: devolverá el golpe en cuanto pueda, quizás en forma de condena a muerte.

Descartes no lucha con nadie. El método de descartes rehuye todo enfrentamiento. Es el método de la soledad. El ‘cogito ergo sum’ no puede convencer a nadie, exceptuando al que lo pronuncia. La dialéctica de Platón es pública y externa, el cogito de Descartes es privado e interno. Descartes no pretende convencernos de su existencia, ni siquiera de la nuestra, eso sería absurdo. El ‘cogito’ en la boca de otro no me demuestra nada. Descartes me invita a que camine por donde él camina. El ‘cogito’ sólo hace patente la verdad al que lo piensa, no a los demás. Esa intimidad consigue hacernos asentir, pero no de una forma externa, como los argumentos de Sócrates, sino internamente. Descartes nos convence desde dentro, de un ‘cogitazo’. Esta es la gran aportación de Descartes.

Sé que ha vuelto la luz porque el aire acondicionado se pone en marcha, pero de momento sólo tira aire frío. Soy paciente y espero que se vaya calentando, pero eso no ocurre. Estoy leyendo el capítulo en que Descartes va por fin a la Corte de Cristina de Suecia. Descartes temía ese destino, pues consideraba que era «una tierra de osos, entre rocas y hielo». Hizo bien en revisar su testamento antes de partir, pues allí encontraría la muerte. Probablemente una pulmonía, como la que estoy a punto de contraer yo, aunque algunos hablan de asesinato (toco madera). En Descartes todo es muy enrevesado. Yo ya no soporto el frío y decido que es mejor apagar el aire porque no hay forma de que salga caliente. Termino el capítulo y me voy a ver si han vuelto los alumnos. Pero no han vuelto. Mañana les daré un ‘cogitazo’.

Otros profesores de filosofía también han escrito sobre Descartes en sus blogs, espero que no hayan pasado frío:

En Boulé Miguel Santa Olalla escribió Descartes no se equivoca ¿nunca?

En Angelus Novus José Ángel Castaño Gracia escribió: La importancia del pensamiento cartesiano

Y también aquí publicamos algún post sobre Descartes en el pasado: Pedagogía cartesiana

Pedagogía cartesiana

Se puede decir que el método de Descartes dista mucho de ser el que efectivamente usa la ciencia. El mismo Descartes, como científico, cometió no pocos errores por no aceptar otra cosa que explicaciones mecánicas, claras y distintas, como por ejemplo su explicación ‘mecánica’ del movimiento de la sangre (superada por Harvey) o su teoría de los vórtices (por cierto, ¿es la teoría de la relatividad de Einstein una vuelta al ‘geometrismo’ de Descartes?). La física de Newton será mucho más potente que la de Descartes, pero a cambio recurrirá a conceptos oscuros como el de fuerza, acción a distancia o espacio y tiempo absolutos.

Nuestras vacilaciones llevan la huella de nuestra honradez; nuestras certidumbres la de nuestra impostura. La deshonestidad de un pensador se reconoce en la suma de ideas precisas que avanza.

E.M. Cioran: Silogismos de la amargura

Creo, con Popper, que en ciencia, mejor dejar la certeza de lado. Pero el método de Descartes tiene una gran virtud en otro ámbito: la pedagogía. Personalmente, mientras fui estudiante, traté de aplicar esas cuatro reglas y me fue bastante bien, la verdad. Es de sentido común: no aceptar nada sin comprenderlo, partir de lo más simple para ir avanzando hasta lo complejo y tratar de formarse una idea exacta del conjunto. De hecho cuando explico en clase a Descartes, suelo recomendar sus reglas como ‘técnicas de estudio’.

El interés pedagógico de Descartes no es, así lo creo, una interpretación forzada. El mismo Descartes comienza el Discurso del Método con una dura crítica de la educación recibida y de la cultura ‘meramente’ literaria. Es interesante en este sentido ver cómo se veía Descartes como estudiante:

Yo he nacido, lo confieso, con un espíritu tal, que el mayor placer de los estudios ha consistido siempre para mí, no en escuchar las razones de los otros, sino en ingeniármelas yo mismo para descubrirlas. Habiéndome arrastrado esto solo, cuando era aún joven, al estudio de las ciencias, siempre que el título de un libro me prometía un nuevo descubrimiento, antes de llevar más adelante mi lectura, me esforzaba en ver si, por una sagacidad innata, podía yo por coincidencia llegar a un resultado semejante y evitaba cuidadosamente el privarme de este placer inocente con una lectura apresurada. (Descartes, Reglas para la dirección de la mente, Regla X)

Sin duda disfrutó Descartes de una viva inteligencia, gozando más del ‘placer inocente’ de descubrir por sí mismo la verdad, que de ‘escuchar las razones de los otros’. Estas técnicas de estudio cartesianas buscan ser un ‘ars inveniendi’ o, si se quiere, un ‘aprender a aprender’, tan celebrado por la pedagogía oficial. Pero Descartes no ignoraba que

[…] por supuesto que los espíritus de todos los hombres no tienen una tan gran inclinación natural a buscar minuciosamente las cosas por sus propias fuerzas […]. (Ibid.)

Para que éstos desarrollen su espíritu, Descartes recomienda que huyan de los libros y que se ocupen de «las artes menos importantes» como «las de los artesanos que tejen telas y tapices» o «las de las mujeres que bordan con aguja o entremezclan hilos» . El objetivo de todo esto no es, claro está, formar eruditos. Digamos que el contenido es lo de menos y lo que importa, como el mismo Descartes afirma, es ‘cultivar el espíritu’. La única condición que pone Descartes es

[…] que no tomemos prestado a otro el descubrimiento, antes bien lo saquemos de nosotros mismos (Ibid.)

Estas tesis cartesianas me recuerdan, sin mucho esfuerzo, la ideología pedagógica actual. Siguiendo con las reflexiones de Sanfélix acerca de la crisis de las humanidades, esta pedagogía cartesiana puede que tenga que ver con el actual estado de los estudios llamados ‘humanísticos’. En efecto, no parece que podamos prescindir de las razones de los otros en Historia, en Literatura o en Filosofía. El propio método de aprendizaje cartesiano tiene una afinidad más que accidental con las disciplinas científico-técnicas. La pedagogía actual comparte con Descartes ese menosprecio hacia los eruditos, que «suelen ser tan ingeniosos que encuentran medios de estar ciegos aun en aquello que es de por sí evidente» y que, para colmo, «las gentes incultas no ignoran nunca». No nos extrañaría oír hablar así a la pedagoga de Sanfélix. Puede que seamos reacios a ver en Descartes el origen de la pedagogía actual. Descartes parece tener cierta grandeza de la que carece nuestra pedagogía. La diferencia entre Descartes y la pedagogía actual es que, a pesar de todo, Descartes sí recibió una educación humanística, y probablemente la más completa que era posible obtener entonces.  Eso es lo que lo engrandece. Quítenle a Descartes la filosofía, la poesía, la teología que estudió y nos queda una pedagoga furiosa con gafas de pasta y jersey de cuello largo.

Soplo de conocimiento también ha hablado sobre ‘pedagogía cartesiana’.

Véase también La soledad de Descartes o cómo se filosofa a ‘cogitazos’

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