La soledad de Descartes o de cómo se filosofa a ‘cogitazos’
31 enero, 2011 6 comentarios
Durante el mes de enero hemos estado de mudanza en clase. Durante la primera evaluación estuvimos viviendo en la extraña caverna de Platón, pero al final, sospechando que aquello no tenía salida, hemos terminado por desmontarla. Hemos desatado a los atribulados prisioneros, hemos echado abajo el muro de los ‘porteadores’, que han soltado sus estúpidos cargamentos con alegría, luego hemos apagado la hoguera y un tramoyista ha encendido los focos. Es el momento de presentar a Descartes, y de decirles a todos que se vayan a casa, que aquí no hay nada que ver. El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, desconfíen del filósofo-rey, ese guía iluminado, ese Duce, ese caudillo, ese Führer.
Me disponía yo hoy a ir a clase a derribar catedrales mal cimentadas con Descartes, pero al llegar al aula he descubierto que no contenía alumnos, como es la costumbre. Tras unos segundos durante los cuales he descartado mentalmente que fuera el día del libro o que me hubiera equivocado de hora, he observado que a mi alrededor reinaba el caos. Había niños descolgándose por las escaleras metálicas del lager (estamos en barracones desde hace varios años), un grupo de alumnos exaltados se abalanzaba sobre la salida de emergencias, papeleras por el suelo, la cafetería en ruinas y un frío que pelaba. En realidad todo esto no me habría extrañado de haber estado mis alumnos en clase pero, efectivamente, era una situación rara. Ese caos me ha recordado a la Guerra de los Treinta años que enfrentó a los países europeos durante gran parte de la vida de Descartes. De hecho éste, en su afán por conocer ‘cortes y ejércitos’, participó activamente en la guerra como soldado, probablemente encargado de problemas de ingeniería militar. Incluso estuvo presente en crueles batallas, como la de la Montaña Blanca, en la que perdieron la vida 7.000 almas en un día (los atentados del 11S se cobraron 3.000 víctimas mortales). A pesar de que tuvo que estar presente en matanzas de esta índole, Descartes no parece nunca demasiado afectado por ello; es más, según sus biógrafos, se mostraba hasta curioso por todo tipo de acontecimientos bélicos de los que esperaba adquirir grandes enseñanzas. Podemos afirmar que los descubrimientos más importantes de Descartes sucedieron bajo el estrépito de la guerra. De aquí no se sigue sin embargo que Descartes fuera amigo del bullicio, pues es el mismo filósofo que rehuye el enfrentamiento y la discusión estéril y que decide recluirse en Holanda, guardando celosamente el secreto de su paradero. En ese gran teatro del mundo Descartes no sólo avanzaba ‘enmascarado’, sino también meditabundo.
Al final alguien me ha aclarado que el origen del caos era un corte de suministro eléctrico que obligaba a suspender las clases y a declarar un ‘recreo indefinido’ debido a que los aparatos de aire acondicionado no funcionaban. Sí que hacía frío: cuando aparqué el coche me marcaba unos 2º de temperatura exterior y las paredes metálicas del lager en el que damos clase no paran ni la corriente de aire. Despotrico un rato con el ‘esto-no-puede-ser’ de siempre y al final decido alterar mis deseos antes que a la fortuna y huyo al departamento.
Probablemente en el departamento hacía más frío que en la calle, pero me mantenía a salvo del jaleo. Me he imaginado al Descartes que meditaba en una habitación, junto a su estufa. Mi situación era algo distinta que la de la famosa escena cartesiana, porque me estaba pelado de frío. En cualquier caso he decidido aprovechar el tiempo continuando con la lectura de El cuaderno secreto de Descartes, del matemático Amir D. Aczel. Lo cierto es que el libro me está gustando, no tanto porque me descubra nada, sino por el enfoque. Hasta lo he recomendado a los alumnos. Especialmente refrescante es que el autor pasa casi de puntillas por los aspectos más ‘fiosóficos’ de la obra de Descartes y analiza con cierta atención, y con cartesiana claridad, los problemas matemáticos que le ocuparon y cuyas soluciones bastarían para garantizarle un par de artículos en la Wikipedia. Es curioso, me digo, que la figura de Descartes haya trascendido más como filósofo que como matemático. De hecho, cuando se habla de coordenadas ‘cartesianas’ muchos ni siquiera piensan en Descartes, a juzgar por la cara que ponen los alumnos cuando les dices que ‘cartesiano’ es de ‘Descartes’. Lo del análisis algebraico de la geometría es una idea tan eficaz que se da por sentada hasta el punto de que ni siquiera parece un descubrimiento importante, sino más bien una obviedad. Pienso que la filosofía de Descartes ha de ser verdaderamente potente para haber eclipsado sus otras aportaciones. Hay en el ‘cogito ergo sum’ una fuerza de atracción tan grande que nadie puede escapar: quizás pertenece al género de los agujeros negros.
De repente las paredes y el suelo del departamento retumban, se oyen golpes y gritos fuera, y al final risas infantiles. Algún compañero de guardia trata en vano de imponer cierto orden, pero en cambio hay carreras por los pasillos. Gracias a Descartes siempre tendremos un refugio al que acudir en estos casos: la soledad. Esa, creo, es la magnífica aportación de Descartes a la modernidad, la soledad del cogito. El Sócrates de Platón (nada sé del Sócrates ‘histórico’) siempre está en compañía y jamás rehuye una discusión. Tan amigo es Sócrates de la compañía, que incluso prefiere morir a la soledad. El método filosófico de Platón, puesto en boca de Sócrates, es esencialmente público. Los atenienses tienen -si me permiten la expresión, la guerra en la sangre; son conflictivos, agónicos. La dialéctica es un nuevo tipo de guerra. Ya no se enfrentan brazos contra brazos, sino ‘logos’ contra ‘logos’. Sócrates obliga a sus oponentes a decir, por reducción al absurdo, lo contrario de lo que creían al principio. Sin embargo, la victoria sobre el contrario es externa. El vencido se retira humillado, como el vencido en la guerra, mas no convencido: devolverá el golpe en cuanto pueda, quizás en forma de condena a muerte.
Descartes no lucha con nadie. El método de descartes rehuye todo enfrentamiento. Es el método de la soledad. El ‘cogito ergo sum’ no puede convencer a nadie, exceptuando al que lo pronuncia. La dialéctica de Platón es pública y externa, el cogito de Descartes es privado e interno. Descartes no pretende convencernos de su existencia, ni siquiera de la nuestra, eso sería absurdo. El ‘cogito’ en la boca de otro no me demuestra nada. Descartes me invita a que camine por donde él camina. El ‘cogito’ sólo hace patente la verdad al que lo piensa, no a los demás. Esa intimidad consigue hacernos asentir, pero no de una forma externa, como los argumentos de Sócrates, sino internamente. Descartes nos convence desde dentro, de un ‘cogitazo’. Esta es la gran aportación de Descartes.
Sé que ha vuelto la luz porque el aire acondicionado se pone en marcha, pero de momento sólo tira aire frío. Soy paciente y espero que se vaya calentando, pero eso no ocurre. Estoy leyendo el capítulo en que Descartes va por fin a la Corte de Cristina de Suecia. Descartes temía ese destino, pues consideraba que era «una tierra de osos, entre rocas y hielo». Hizo bien en revisar su testamento antes de partir, pues allí encontraría la muerte. Probablemente una pulmonía, como la que estoy a punto de contraer yo, aunque algunos hablan de asesinato (toco madera). En Descartes todo es muy enrevesado. Yo ya no soporto el frío y decido que es mejor apagar el aire porque no hay forma de que salga caliente. Termino el capítulo y me voy a ver si han vuelto los alumnos. Pero no han vuelto. Mañana les daré un ‘cogitazo’.
Otros profesores de filosofía también han escrito sobre Descartes en sus blogs, espero que no hayan pasado frío:
En Boulé Miguel Santa Olalla escribió Descartes no se equivoca ¿nunca?
En Angelus Novus José Ángel Castaño Gracia escribió: La importancia del pensamiento cartesiano
Y también aquí publicamos algún post sobre Descartes en el pasado: Pedagogía cartesiana
Pingback: Pedagogía cartesiana « Antes de las cenizas
Tu texto me ha traído a la memoria lo que leí sobre Quevedo cuando era estudiante en el instituto. Según parece, Quevedo era muy friolero. Cuando el Conde-Duque de Olivalres decidió encerrarlo a causa de sus manifestaciones políticas, buscó un lugar donde hiciese frío, mucho frió, y allí lo tuvo, en una celda minúscula hasta casi su muerte.
Es curioso porque dicen que Descartes también era friolero. De hecho su aversión al frío es legendaria, incluso dicen (y parece que era verdad) que desde pequeño tenía la costumbre de trabajar en la cama para no tener que enfrentarse al frío, lo cual parecía justificado en su infancia debido a su mala salud, pero siguió haciéndolo de mayor. No deja de ser paradójico que una persona tan friolera acabara muriendo por culpa del frío (algunos dicen que la culpa la tuvo el médico que le atendió, entre otras cosas porque antes de hacerle una sangría, que era lo que se estilaba en la época, no tuvo inconveniente en decir que no le importaría ver a Descartes muerto). En fin, a abrigarse 🙂
Sí, abrigarse. Pero con cota de malla y cuero.
🙂
Sencillamente fantástico. Me alegro de encontrar a gente de esta índole.
Siempre he pensado que el cogito de Descartes era una «necesidad» de la época. Supongo que el individualismo en parte surgió por su filosofía.