Monstruos esperanzados.

  1. Darwin y nosotros.

Vendré a ti: bendice ahora a tu nieto una vez más, que, así, el hombre mantenga lo que de niño prometió.

F. Hölderlin

Uno no nació leyendo a Heidegger y Hölderlin. Sin embargo, un servidor confiesa ser darwinista desde que tiene uso de razón; anteriormente había ejercido de cabal ornitocida, y el tránsito de la sentimental barbarie a la civilización lo hice en la compañía de Jack London, experimentando en los paisajes helados de Alaska y el Ártico la violenta pugna entre lo salvaje y la civilización, la crueldad y la compasión, la moral y el instinto. Con estos antecedentes comprenderá el lector que nunca me resultaron ajenos los conceptos básicos del darwinismo; la selección natural, la lucha por la supervivencia, la supervivencia de los más aptos –a pesar de los esfuerzos de las catequesis dominicales de aquellos años-.Con estos precedentes tampoco es de extrañar mi predisposición empática hacia Nietzsche y Konrad Lorenz. Del segundo apenas guardo algunos recuerdos anecdóticos, dispersos, gratos y lejanos, acerca de la crueldad de las tórtolas, de sus hijos enjaulados –los de Lorenz-, de sus perros mestizos de lobo siberiano y chow-chow (sus perros favoritos), aprendí con Lorenz de lo falaz y absurdo de la opinión de aquellos que dicen preferir como animal de compañía los gatos a los perros, salvo que también prefieran los peces, y aún las piedras a las flores. Ya pueden comprobar que no son de gran profundidad teórica mis noticias acerca de Lorenz; pero estos detalles son quizá los más relevantes para nuestra propia evolución personal, tan azarosa y ausente de finalidad predeterminada como la propia evolución natural. A Nietzsche, el filósofo que enraíza la crítica kantiana y el sujeto trascendental en la naturaleza y la vida, le resulta grata la idea de una naturaleza que cambia a través del azar, de la lucha, del conflicto, pero le aparta del darvinismo la noción de adaptación; la adaptación al medio es para Nietzsche un síntoma de la vida debilitada, enferma; la vida en su plenitud es, en cambio, dominio de lo otro y también desbordamiento y aniquilación –incluso de sí-, no es conservación sino derroche y devastación. A Nietzsche, romántico a su pesar, la adaptación al medio debió sonarle a concepto propio de cajas de ahorros y pequeños comerciantes, grato a los “últimos hombres” pero no al más genuino y lejano: Der Übermensch..

Hace unos años cayó en mis manos Reconstruyendo a Darwin de Javier Sampedro -que ahora releo- y que me permitió conocer a Lynn Margulis cuya Teoría de la endosimbiosis seriada consiguió emocionarme con su explicación del accidentado nacimiento de la célula eucariota; las omnipresentes bacterias tenían un destino más alto, pero sería producto del azar –accidental en el más vulgar sentido del término. Una bacteria del grupo espiroqueta –con forma de sacacorchos- colisionó con una bacteria Thermoplasma (de la familia de las arqueas) a la cual penetró fusionándose y uniendo su información genética, un segundo accidente con otra bacteria (precursor de las mitocondrias) acabó por dar lugar a la primera célula de la que proceden todos los animales y hongos. Sería necesaria una nueva colisión con una cianobacteria (bacteria fotosintética) para que se formase el precursor de todas las plantas. Una historia de accidentes, de choques y perforaciones, de embuches y atracones. Hoy, como entonces, mi deficiente formación científica -mi escasa familiaridad con la genética moderna- me impide seguir con provecho algunos capítulos del libro de Sampedro dedicados a la evolución modular [especialmente los dedicados a los genes Hoxy a Urbilateria]. Son bastante claras, sin embargo, sus explicaciones respecto a la Teoría del equilibrio puntuado de Stephen Jay Gould, y respecto a la aparentemente friki (quizá sólo aparentemente) Teoría de la Panespermia dirigida defendida por Francis Crick y Leslie Orgel.

He disfrutado mucho leyendo a Hölderlin; pero sigo sin leer a Heidegger. Paradójico, pues conocí al primero por el segundo. Lo que parece corroborar la complejidad y lo enrevesado de los mecanismos evolutivos frente aquella primera concepción ortodoxa de la evolución gradualista que operaría por selección y acumulación de pequeñas diferencias en un proceso progresivo y ascendente. ¿Será Heidegger un ejemplar concreto de los denominados monstruos esperanzados?.

2. Teoría de la endosimbiosis seriada. Lynn Margulis.

Creo que la mayor parte de la novedad evolutiva surgió y todavía surge directamente de la simbiosis.
Lynn Margulis
  1. En un breve artículo “Individualidad por incorporación” expone Lynn Margulis los puntos principales de su Teoría de la endosimbiosis seriada. El artículo está disponible en castellano en Planeta simbiótico. Un nuevo punto de vista sobre la evolución. Editorial Debate y también en un volumen publicado por la Universitat de València, Col-lecció Honoris Causa que recoge un conjunto de escritos seleccionados bajo el título Una revolución en la evolución. Lynn Margulis.He realizado un extracto del artículo con las ideas que considero fundamentales y accesibles a un público no especializado –entre el que me cuento. También el dibujo (Kathryn Delisle) de la imagen proviene del mismo artículo

    1. Veamos un breve resumen del contenido de la Teoría de la endosimbiosis seriada (SET) por la propia Lynn Margulis:

    Intentaré resumir de forma tan simple como se posible. En primer lugar un tipo de bacteria amante del azufre y del calor, llamada arqueobacteria se fusionó con una bacteria nadadora. Juntos los dos componentes integrados de la fusión se convirtieron en el nucleocitoplasma, las sustancia base de los ancestros de las células animales, vegetales, fúngicas. Este temprano protista nadador era, como sus descendientes actuales, un organismo anaerobio. Envenenado por el oxígeno vivía en arenas y lodos donde abundaba la materia orgánica, en grietas de las rocas, en charcos y estanques donde este elemento estaba ausente o era escaso[…] otro tipo de microorganismo de vida libre fue incorporado a la fusión: una bacteria que respiraba oxígeno. Surgieron células todavía mas grandes, más complejas. El triplemente complejo respirador de oxígeno (amante del calor y del ácido, nadador y respirador de oxígeno) se volvió capaz de engullir alimento en forma de partículas. Estas células con núcleo, seres complejos y asombrosos que nadaban y respiraban oxígeno, aparecieron por primera vez sobre la tierra quizá tan pronto como hace unos 2.000 millones de años. Esta segunda fusión, en la que el anaerobio nadador adquirió un respirador de oxígeno, condujo a células con tres componentes cada vez más preparadas para soportar los niveles de oxígeno libre que se acumulaban en el aire. Juntos, el delicado nadador, la arqueobacteria tolerante al calor y al ácido y el respirador de oxígeno, formaban ahora un único y prolífico individuo que produjo nubes de prole.[Todos los animales y hongos; quién no recuerda aquí al Abraham de la ciudad de Ur, cuyos descendientes serían innumerables como estrellas]

    [y ahora las plantas]

    En la adquisición final de la serie generadora de células complejas, los respiradores de oxígeno engulleron , ingirieron, pero no pudieron digerir bacterias fotosintéticas de color verde brillante. La “incorporación” literal tuvo lugar tras una gran lucha en la que las bacterias verdes no digeridas sobrevivieron y la fusión completa prevaleció. Con el tiempo las bacterias verdes se convirtieron en cloroplastos. Como cuarto miembro, estos productivos amantes del sol se integraron con los demás socios antes independientes. Esta fusión final dio lugar a las algas verdes nadadoras. Estas antiguas algas verdes nadadoras no sólo son los ancestros de las células vegetales actuales, todos sus componentes individuales todavía están vivos y en buena forma, nadando y fermentando y respirando oxígeno.

    2. Según la propia Lynn Margulis tres de los cuatros puntos de esta teoría están probados y son generalmente aceptados:

    Ahora podemos identificar tres de los cuatro socios que subyacen al origen de la individualidad celular. Los científicos interesados en este asunto están de acuerdo en que la sustancia base de las células, el núcleocitoplasma, descendió de las arqueobacterias […] Las mitocondrias respiradoras de oxígeno de nuestras células […] evolucionaron a partir de simbiontes bacterianos ahora llamados “bacterias púrpura” o “proteobacterias. Los cloroplastos […] fueron en su tiempo cianobacterias fotosintéticas de vida libre

    3. El punto polémico:

    Un tema principal y polémico perdura […] Mi hipótesis de que el nadador –otro microorganismo diferente- fue adquirido simbióticamente en el primer y más antiguo paso del origen de las células nucleadas es el componente de idea más difícil de defender. Esta fusión tuvo lugar hace quizá 2.000 millones de años. La idea clave de la SET es que los cilios, las colas de los espermatozoides, las protuberancias sensoriales y muchos otros apéndices de las células nucleadas surgieron en la fusión original de la arqueobacterias con la bacteria nadadora.

    [ Contrario a este idea Max Taylor propone una teoría no simbiótica para el origen de las células nucleadas: teoría de la filiación directa]

    4. El nadador invasor:

    “todavía tiene parientes de vida libre. Son las espiroquetas. Sus ancestros, los antiguos serpenteadotes silvestres, hambrientos y desesperados, invadieron muchas arqueobacterias, algunas incluso parecidas a las actuales Thermoplasma. Las invasiones fueron seguidas de treguas. Yo postulo que las células nucleadas más tempranas emergieron después de que las espiroquetas y las arqueobacterias sobrevivieran en estado fusionado. La célula con núcleo evolucionó mediante simbiogénesis.” […] Las espiroquetas con forma de sacacorchos, los bólidos del mundo microbiano, parecen serpientes helicoidales. Estas bacterias se abren paso vertiginosamente, hacia delante y hacia atrás, hacia arriba y hacia abajo y hacia derecha e izquierda [..] En el pasado remoto, como ahora adelantaban a las demás bacterias. Rápidas y prolíficas las espiroquetas invadieron el espacio interno de las arqueobacterias y aquellas que interactuaron sobrevivieron. Sus descendientes vivos están ahora inextricablemente involucrados en los movimientos mitóticos y otras actividades de las células complejas. Los socios están tan fusionados que la trama del origen es difícil de reconstruir, pero no imposible.

    5. Punto final: seres simbióticos sobre un planeta simbiótico.

    Incluso si la investigación demuestra que mi hipótesis de las espiroquetas es falsa, el mismo hecho de pensar en la simbiosis es un fenómeno simbiótico. El oxígeno que respiramos penetra en nuestro cerebro procedente de las corriente sanguínea y es incesantemente metabolizado por las mitocondrias que sabemos que son antiguas bacterias respiradoras. Estén o no las serpenteantes espiroquetas en el centro de nuestro ser, seguiremos siendo seres simbióticos sobre un planeta simbiótico.

    6. Gaia. Esto sería tema para un nuevo post.

Mi iPhone roto y la filosofía de Steve Jobs

Mis enemigos gozarán con la fotografía que acompaña a este artículo. Se trata de mi iPhone 4 roto. Les puedo asegurar que todavía me circula la sangre con dificultad desde que lo vi precipitarse desde mi mesa al vacío. En otras circunstancias este sería un momento idóneo para comprarme otro chisme, pero, como nos han quitado la extra, conviene apretarse el cinturón, de modo que no me queda otra que escribir este post ‘in memoriam’.

He de decir que los aparatos siempre han ejercido sobre mí una poderosa influencia. De pequeño me fascinaban -¿y a quién no?- esos ordenadores gigantescos de las películas con varios monitores y cientos de botoncitos luminosos e intermitentes. El primer trasto que tuve parecido a eso fue un vídeo VHS que compró mi padre en los 80. Tenía muchísimos botoncitos y era tan complejo que en aquella época se solía bromear bastante con la dificultad para programar un vídeo. A mí me encantaba, especialmente, el mando a distancia. Tenía tantas funciones que estaba seguro de que jamás iba a poder usarlas todas. De hecho sólo usaba cuatro o cinco de los veinte o treinta botones que tenía. El problema era que nadie sabía para qué servían los demás. Pero servirían para algo, si no ¿para qué ponerlos? Yo envidiaba, se lo aseguro, al sabio que conociera los secretos de ese mando a distancia.

Cuando tuve mi primer ordenador -un Amiga 2000 que, por cierto, era muy bueno- pasaba horas y horas averiguando lo que era capaz de hacer el aparato. Tenía un intérprete de BASIC en el que podía teclear los programas que a veces se publicaban en las revistas. Era una gozada observar cómo un montón de instrucciones ininteligibles conseguían hacer que en la pantalla apareciera un dibujo o una sopa de letras. Al final me compraron un librito -que fue una especie de Biblia para mí- titulado ‘Basic avanzado para niños’ con el que conseguí muchas satisfacciones. Les aseguro que los pequeños programas que escribía no eran en absoluto espectaculares y sólo hacían trivialidades, pero para mí era increíble que un ordenador pudiera hacer esas trivialidades.

Ciertamente el ordenador hacía muchas cosas, pero he de reconocer que yo podía hacer muy pocas con el ordenador. El ordenador podía emitir sonidos más o menos modulados, pero yo no podía hacer música; el ordenador podía dibujar círculos y triángulos, pero yo no podía pintar, etc. Hacer, lo que se dice hacer de verdad algo con el ordenador era tan complejo e improbable como usar todos los botones del mando a distancia del vídeo. El aparato se me aparecía como un enigmático, impenetrable y fascinante fin en sí mismo. En muchas ocasiones, incluso, con tal de hacer algo ‘por ordenador’, me complicaba la vida mucho -muchísimo- más de lo necesario.

Yo diría que fue Steve Jobs quien tuvo la intuición que influyó de forma determinante en la evolución de las nuevas tecnologías. A esa intuición es a lo que yo llamo ‘su filosofía’ y consiste en que hay que hacer invisible la aparatosidad de los aparatos. Antes los aparatos tenían, por decirlo así, su ‘aparatosidad’ a la vista: el vídeo, la lavadora, un sistema operativo, un simple reproductor de CD, eran tan complejos como las máquinas de las películas de ciencia ficción, que exhibían constelaciones de botoncitos parpadeantes. Esa ‘aparatosidad’ que a mí me fascinaba era lo que realmente me impedía hacer cosas con los aparatos. Lo que me gusta de los aparatos de Jobs, sin embargo, no es lo que hacen, sino lo que yo puedo hacer con ellos.

Tras los aparatos ‘aparatosos’ hay una visión intelectualista del ser humano. Se trata de aparatos que exigen un estudio previo. Los aparatos de Jobs, por otro lado, suponen lo que me atrevo a denominar como una antropología ‘vitalista’ en el sentido Nitzscheano -autor por el que Jobs mostraba algún aprecio. Para Jobs el usuario es pura voluntad de poder y el aparato ha de amplificar su ‘poderío’ directamente, sin la mediación del ‘manual de instrucciones’ que requiere el intelectualista aparato ‘aparatoso’. A diferencia de lo que me pasaba a mí de pequeño, a Jobs no le interesaba lo que la tecnología podía hacer, sino lo que podían hacer las personas con la tecnología. Este cambio de perspectiva es, a mi juicio, determinante.

Es posible, aunque esto es ‘historia-ficción’ que, de no haber sido por el éxito de esta intuición de Jobs, la tecnología hubiera evolucionado en una dirección demasiado ‘intelectualista’, demasiado Bill Gates. Tal vez sin Jobs los aparatos serían ahora mucho más ‘aparatosos’ y eso, sin duda alguna, habría sido un considerable freno para el desarrollo de las tecnologías que ahora conocemos. Imaginen, si no, que fuera tan complejo ahora enviar un correo electrónico como lo era antes programar un vídeo, o que sus teléfonos móviles tuvieran tantos botones como un mando a distancia. Qué horror.

En fin. Que me he quedado sin iPhone. Feliz año nuevo.

Creemos que la combinación de la tecnología con las humanidades es lo que ofrece resultados que llenan nuestro espíritu de regocijo

Seteve Jobs    

Los límites del conocimiento matemático en Platón

Con ustedes uno de los textos más difíciles, complejos y ricos que los alumnos de 2º de Bachillerato de la Comunidad Valenciana tienen que dominar para enfrentarse a la temida P.A.U.:

– Considera, pues, ahora de qué modo hay que dividir el segmento de lo inteligible.

– ¿Cómo?

– De modo que el alma se vea obligada a buscar la una de las partes sirviéndose, como de imágenes, de aquellas cosas que antes eran imitadas, partiendo de hipótesis y encaminándose así, no hacia el principio, sino hacia la conclusión; y la segunda, partiendo también de una hipótesis, pero para llegar a un principio no hipotético y llevando a cabo su investigación con la sola ayuda de las ideas tomadas en sí mismas y sin valerse de las imágenes a que en la búsqueda de aquello recurría.

Platón: La República, 510b-510c

Tras la brusca parrafada de Sócrates, su atónito interlocutor (Glaucón) responde con humildad: «No he comprendido de modo suficiente eso de que hablas». Como podrán suponer, los alumnos que leen por primera vez este fragmento no lo entienden mejor que el propio Glaucón y hay que darle alguna vuelta. El propio Sócrates, en el diálogo de Platón reconoce que hace falta cierto «preámbulo» para entender esto. El caso es que tras el «preámbulo» de Sócrates los alumnos de 2º de Bachiller no se sienten más seguros de haberlo entendido y por regla general hay que darle al asunto un par en vueltas. Yo, este año, estoy usando este esquemita para explicarlo:

Lo cierto es que el texto es fundamental y, para colmo, de plena actualidad, es decir, que el problema que plantea sigue plenamente vigente: ¿Son las matemáticas la forma más perfecta de conocimiento?

En griego la palabra ‘mathemata’ hace referencia a todo aquello que puede ser enseñado y, según la caracterización de Platón, la esencia del pensamiento matemático consistiría en partir de ciertas hipótesis para alcanzar, mediante deducciones lógicas, ciertas conclusiones. Las hipótesis mismas quedarían fuera de toda prueba por considerarse evidentes aunque, en realidad, lo único que se habría probado es el siguiente condicional: «Si las hipótesis de partida son verdaderas, será verdadera la conclusión». En geometría, por ejemplo, no demostramos el teorema de pitágoras, sino el condicional: «si los axiomas de la geometría de Euclides son verdaderos, entonces el teorema de Pitágoras también lo es». Pero ningún matemático se pondría a investigar si esos axiomas son verdaderos o no.

En realidad esa característica del pensamiento matemático es común a todo lo que hoy conocemos como ‘ciencias naturales’. Como dice Platón, este pensamiento es esencialmente limitado, pues no puede evitar partir de ciertas hipótesis que es incapaz de demostrar. Por decirlo de alguna manera, lo que hoy conocemos como ‘ciencia’ no puede demostrarse a sí mismo. Estoy casi tentado a decir que en Platón tenemos una suerte de ‘teorema de incompletitud’ como el que el también platónico Gödel demostrara en el s.XX. Gödel demostró que la matemática (se puede ser más preciso, pero no hay sitio aquí) es incompleta, es decir, que hay cosas que, siendo verdaderas, no puede demostrar. Una de esas cosas que la matemática no puede demostrar es, precisamente, su consistencia, es decir, lo que en matemáticas equivaldría a su ‘verdad’. Así, el pensamiento hipotético deductivo propio de la matemática y de ciencias como la física, la química, la biología, la economía y todas las otras ‘ciencias’ está sometido a un límite esencial: no puede probarse a sí mismo, de modo que es, en último término, mera hipótesis. El siglo XX parece haber olvidado esto, dando lugar a lo que Ortega llamó el imperialismo de la física. Las ciencias naturales han creído estar en posesión de la verdad absoluta y se han erigido como paradigma del conocimiento, creando una falsa sensación de seguridad y, lo que es peor, perjudicando el desarrollo de otras formas de pensar acaso superiores (¿Las ‘humanidades’?)

Pero, ¿hay alguna forma de conocimiento superior al pensamiento hipotético-deductivo de la ciencia físico-matemática? Según Platón sí. Hay una actividad intelectual, a la que hemos venido a llamar ‘dialéctica’, que consistiría, precisamente, en elevarse hacia una verdad no hipotética. Lo que define a esta ‘ascensión’ es que el dialéctico avanza ‘destruyendo hipótesis’. Esto sería lo propio del pensamiento filosófico: la destrucción de hipótesis en busca del principio no hipotético. O lo que es lo mismo, el desenmascaramiento de dogmas, en busca de la verdad.

No negaré que le veo cierto sentido a esa actividad ‘dialéctica’ y que realmente creo que existe y que es superior al pensamiento físico-matemático pero, ese proceso de destrucción de hipótesis del que habla Platón, ¿realmente culmina en la contemplación de un principio no hipotético?

Yo tengo una respuesta a esto, pero este post es demasiado largo ya para desarrollarla y carece de márgenes.

Los enemigos de la Filosofía (2) – Ciencias para el mundo contemporáneo

Dado que el anterior post sobre los enemigos de la filosofía ya ha logrado la triple calificación de “basura ideológica”, “basura corporativista” y “basura desde el punto de vista educativo” (vean los comentarios de este ilustre foro), creo que es hora de proseguir con mi particular ‘J’Accuse’.

Si el PSOE es el enemigo número uno de la Filosofía en España, el número dos es uno de sus engendros: la nueva asignatura de primero de bachillerato: Ciencias para el mundo contemporáneo (CMC), de la que ya hablamos hace tiempo por aquí.

No caeré aquí en la tentación de afirmar que la existencia de esta asignatura es una amenaza para la filosofía porque por su culpa hemos perdido una hora los de filosofía (y algunos hasta el empleo, pero supongo que lamentarme por ellos puede sonar a ‘basura corporativista’). Si se perdieran horas de filosofía pero, en su lugar, los alumnos dieran más física, más matemáticas o más biología, seguiría pensando que es lamentable perder horas de filosofía, pero celebraría que los alumnos estudiaran más física, más matemáticas o más biología. Sin embargo, en este caso, a la pérdida de horas de filosofía se añade la introducción de una asignatura antifilosófica, cuya docencia no aportará nada (bueno) a los alumnos. En realidad cuanta más ciencia sepan los chavales, mejor y más completa será su formación filosófica, y viceversa. Por el contrario, esta asignatura de CMC empeora tanto la formación científica como la formación filosófica del alumnado. Las razones por las que afirmo esto son dos. Trataré de ser breve.

1) La asignatura de CMC se ocupa de temas filosóficos con un absoluto desprecio por la filosofía.  En efecto, según el curriculum de la asignatura, en ella se tratarán temas que resultan ser clásicos de la filosofía como el problema del criterio de demarcación, la naturaleza de la ciencia, la distinción entre opinión y ciencia… incluso se llega a reconocer como un objetivo de la asignatura la “superación de las visiones simplistas sobre la ciencia”. Esto último tiene guasa porque en otro lugar el currículum exige que los alumnos “en sus argumentaciones, deben distinguir datos, evidencias y opiniones”. Precisamente la superación de la visión simplista sobre la ciencia, que es uno de los mayores logros FILOSÓFICOS del siglo XX supone el reconocimiento de que esa distinción entre ‘datos, evidencias y opiniones’ no es tan clara como la visión simplista de la ciencia (¡positivismo!) creía.  También se tratarán en esta asignatura cuestiones de ética, de bioética e incluso de política cuyo análisis no se entiende si no es en el marco de una seria reflexión filosófica. En fin, que aunque los licenciados en filosofía tenemos una hora menos para enseñar filosofía, los profesores de CMC tienen dos horas para parlotear sobre filosofía. Todo un logro. Y conste que no tengo nada contra los profesores de CMC, más bien al contrario, me temo que son víctimas, más que verdugos.

2) La asignatura de CMC impide el desarrollo de un verdadero espíritu científico, y ello por dos razones. En primer lugar, porque es una asignatura divulgativa y esto no me lo invento yo, sino que en el mismo curriculum se reconoce que al impartirse tanto a alumnos de ‘letras’ como de ‘ciencias’, “el enfoque debe huir de una ciencia academicista y formalista”. Al principio de su Conferencia sobre ética, Wittgenstein afirma que la divulgación científica consiste en

“hacerles creer que entienden algo que realmente no entienden y satisfacer así lo que considero uno de los más bajos deseos de la gente moderna, es decir, la curiosidad superficial acerca de los últimos descubrimientos de la ciencia”

Esto mismo vale para la asignatura de CMC, que renunciando a ese enfoque ‘academicista y formalista’ pretende hacer creer a los alumnos que entienden lo que realmente no entienden.  Así no se consigue una verdadera ‘cultura científica’, sino la apariencia de la misma. En filosofía nos esforzamos en que los alumnos se den cuenta de que no entienden lo que creen entender, por ello la naturaleza divulgativa de CMC es esencialmente antifilosófica (y anticientífica). En segundo lugar, este engendro de divulgación científica de pacotilla no consigue tampoco la formación de un verdadero espíritu científico porque ella misma es profundamente contraria a la actitud más genuinamente científica al confundir lo valorativo con lo objetivo.  Según Bertrand Russell:

“La actitud del espíritu del científico supone una eliminación de cualquier deseo en interés del deseo de saber: supone la supresión de las esperanzas y temores, los amores y los odios, y toda la vida subjetiva emocional, hasta que quedamos sometidos a lo material, capaces de verlo abiertamente, sin concepciones previas, sin prejuicios, sin más deseo que el de verlo tal como es, y sin creer que lo que es debe estar determinado por alguna relación, positiva o negativa, con lo que quisiéramos que fuera, o con lo que podemos imaginar fácilmente que es.”  (B. Russell: ‘El lugar de la ciencia en una educación liberal’, en Misticismo y lógica)

Uno de los contenidos comunes de CMC, según el currículum oficial, es  “la asunción de los valores medioambientales, así como la disposición favorable y prioritaria para actuar a favor del desarrollo sostenible”. Como comprenderán no entro a valorar si estos ‘valores medioambientales’ o la ‘disposición a actuar a favor del desarrollo sostenible’ son buenos o malos. De lo que no cabe duda es de que su asunción es exactamente lo contrario de lo que Russell y cualquiera mínimamente formado en ciencia, entiende por una actitud científica. Esos valores son más propios de un becario de la fundación IDEAS que de un científico qua científico.

En definitiva, CMC constituye un auténtico ataque a la filosofía en la medida en que es también un ataque a la actitud propiamente científica, en aras de una monserga con más de ‘mundo contemporáneo’ que de ‘Ciencias’.

Próxima entrega: Los enemigos de la Filosofía (3) – Las optativas del departamento.

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