Del torero y del ciudadano
6 abril, 2010 9 comentarios

Y es que una paella de montaña regada con Monastrell conduce a deudas tan extrañas como ésta; una defensa del torero en tanto que ciudadano ejemplar. Y no veo como habría podido pagarla de no haber venido en mi auxilio El País Semanal con una entrevista a Morante de la Puebla.
Ya en la sobremesa habíamos reparado en que se ha escrito mucho en defensa de los toros -de la fiesta, de la tradición, de las dehesas…-. Pero no conocíamos -al menos por la polémica reciente que podemos encontrar en prensa, blogs, consejerías y parlaments- a nadie que hubiese ni siquiera esbozado una defensa del torero; un tipo humano que a nosotros nos pareció sin duda poco común; una de esas plantas raras que quizá merecerían ser protegidas y preservadas. Unas palabras del propio Morante ponían de manifiesto lo que habíamos presumido: “Yo no tuve elección […] Nunca imagine que no fuera ser torero. No sé que habría sido de mí de no serlo.” Según se nos dice en el citado artículo a los catorce años abandonaba Morante sus estudios de formación profesional, y uno se pregunta cómo habría podido sobrevivir Morante al sistema por el suspiran Gabilondo, y otros muchos, que pretenden ampliar la educación obligatoria hasta los dieciocho, y suponemos que lo llevaría más o menos como Huckleberry Finn; es decir, como tortura forzada. No es difícil adivinar que semejante sistema no hubiese permitido a Morante dormitar en la litera habilitada de su formidable Mercedes ranchera R320, ni vestir la elegante americana azul y los jeans de Dolce & Gabbana con los que posa encaramado a una encina [“pues que se joda” pensará algún antitaurino admirador de las directrices oficiales de la pedagogía hispana]. Pero no es el Mercedes ni la ropa de marca exclusiva lo que distingue a Morante; es el ethos y el pathos que manifiesta en la respuesta a la pregunta ¿por qué sigue uno toreando?; “Porque es mi vida. Aunque torear no es vivir; es sobrevivir. A veces da pena estar tan obsesionado con tu profesión. Quisiera pensar que algún día podría dejarla y dedicarme a divertirme, a disfrutar del dinero que he ganado. Pero cuanto más grande eres, más envidias ponerte delante de un toro. Me gustaría poder llevarlo con más alegría. No la alcanzo. Es una pelea conmigo mismo. Y así soy feliz. Pero así es muy difícil vivir” Con esta respuesta Morante no sólo se nos presenta como refractario a todas nuestras educaciones para las ciudadanías, sino en oposición radical a lo que llamamos modernidad, progreso, ilustración y en oposición a vástagos de la modernidad tan distintos –que no distantes- como el liberalismo o el socialismo, en esta respuesta se manifiesta su pertenencia a antiguas lejanías, al mundo de lo heroico y de lo trágico. Morante no es un hombre moderno. Y mucho menos un hombre pueril.
Pero lo que no deja de asombrarme es oír, a alguien que abandonó la escuela a los catorce, decir:” Me gusta cómo hablaba García Lorca del duende y del arte. El arte es pinturero, y el duende sale más de la tierra. No voy a decir que yo lo tenga, pero se tiene o no se tiene. A veces sale. Y a veces no».
Ya me dirán ustedes si esto no es digno de ser preservado.
PS. Como las conversaciones distendidas –y prolongadas-, el arroz de la montaña y el Monastrell.

